Tres están en el fondo de la elección de febrero, y los tres son igualmente importantes. El primero es el bajísimo nivel de la política y sus actores (y actrices habrá que decir, no solo por la imposición de lo políticamente correcto, sino porque hacen méritos propios). El segundo es el narcotráfico, que ha dejado su condición de fantasma y lleva a retomar la ironía del poeta con respecto a las brujas, y es que de haberlo lo hay. El tercero es lo que podría denominarse el síntoma del día después que, pase lo que pase, afectará al Gobierno.

Primero. En los escasos días de campaña oficial ya se ha hecho evidente en toda su dimensión la degradación de la política. Esto no quiere decir que no hubiera sido visible a lo largo de los meses anteriores en que se desarrolló sin control la campaña irregular e ilegal, sino que ahora se la ventila en los medios y con auspicio oficial del Consejo Electoral. Todos los spots publicitarios, sin excepción, están dirigidos a conseguir el título de campeones de la mediocridad que ostentan los asambleístas de las dos últimas legislaturas. Dado el nivel de estos últimos parecía que arrebatarles ese trofeo sería tarea de titanes, pero lo están logrando. La cantidad de bailes desacompasados, canciones desentonadas y vocerío de gallada, se condensan en la alcaldesa-candidata convertida en cerveza. Espuma alcohólica, la mejor expresión del nivel de la política.

La penetración del narcotráfico fue una sospecha en elecciones anteriores, ahora es una realidad.

Segundo. La penetración del narcotráfico fue una sospecha en elecciones anteriores, ahora es una realidad. La documentación presentada por un grupo de legisladores (los pocos que se excluyen de la mediocridad) no deja dudas acerca de la presencia de dinero sucio en la campaña. Los cargos más apetecidos son las alcaldías y las concejalías municipales, ya que sus atribuciones en asuntos como la regulación del suelo y de los bienes raíces pueden convertirlas fácilmente en eficaces lavadoras para ese dinero. Los votantes, por ingenuidad o por la oportunidad de ser parte del boyante negocio que se aproxima, colocarán en esos puestos a los mayores enemigos no solo de la democracia, sino de la convivencia. Una mirada a las experiencias de Colombia y México sería recomendable para conocer la dimensión del problema que se nos viene.

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Tercero. El síntoma del día después lo tendrá el Gobierno independientemente de cuál sea el resultado de la consulta. Como ha ocurrido siempre, esta será un referendo sobre su gestión, de manera que la aprobación de todas las preguntas constituirá un triunfo. Con ello obtendría algo del oxígeno que necesita. Pero, tendrá que evitar que ese soplo de aire fresco le lleve a pensar que todo está bien y que no son necesarios cambios de fondo en su política (especialmente en lo social). Por el contrario, la negativa a todas las preguntas le dejará en una situación de mayor fragilidad que la observada a lo largo del año pasado y seguramente deberá enfrentar los embates de quienes intentan a toda costa echarle antes de que concluya el mandato. Para cualquiera de estos casos debe tener trazada una estrategia, así como también para un resultado mixto, con unas preguntas aprobadas y otras rechazadas.

En fin, la de febrero es algo más que una elección local. (O)