Esta situación, inédita en nuestra historia, nos hace pensar que nos falta mucho comprender para acertar. Las exigencias de los indígenas tienen su grado de razón, pero todas cuestan dinero. Se dice cuánto se quiere, pero no se dice de dónde saldrá el dinero para financiar. Y no se toma en cuenta que el mundo entero está sufriendo problemas graves en la economía por la invasión de Putin a Ucrania. Los efectos económicos son múltiples: alza en los precios del trigo, de fertilizantes y muchos insumos de la industria alimentaria. Encarecimiento del precio del barril del petróleo, la gasolina, el diésel y el gas. Encarecimiento de fletes. La inflación es mundial.

Poner como condición un decálogo imposible de financiar es declarar la guerra al Estado y su gobierno elegido por el pueblo. Golpe blando.

La imposibilidad de transitar por las carreteras del país está causando muchas pérdidas por la especulación en los precios de las subsistencias que suben sin control posible. Los más perjudicados son los que exportan productos perecederos como las flores y el banano. El petróleo que no se exporta le merma millones de dólares al Estado.

Cuando recién estábamos tratando de normalizar la vida y recuperar el ritmo de los negocios, la Conaie declara el cierre de caminos y pugna por tomarse Quito y el palacio del Gobierno nacional. Muchos negocios y actividades se han echado a perder. Las personas de escasos recursos, los más pobres que viven del día a día para trabajar en lo que sea, necesitan calles donde se pueda negociar.

Al Gobierno le ha faltado explicar al pueblo las razones por las que no puede aceptar los pedidos de los indígenas. Sus expertos deben decir que no es asunto de voluntad atender los pedidos de los indígenas, lo que falta es la plata para financiar el decálogo de la Conaie. Sus dirigentes no comprenden, o no les da la gana de entender, la situación del mundo y el Ecuador.

La cosa pública casi determina la libertad privada. Esto lo sostenía el filósofo Alfred Stern el siglo pasado cuando trataba de encontrar el sentido de la historia. Sus acontecimientos nos afectan la vida personal. Los ecuatorianos estamos hartos de ver esas muchedumbres de indígenas que corren por las calles de Quito arrasando lo que encuentran a su paso, obedeciendo un plan organizado, para reagruparse y volver.

Pocas palabras para agradecer a la fuerza pública. Hasta aquí, la Policía Nacional y el Ejército se han conducido con prudencia. Pero han asesinado a un sargento y parece que fue una emboscada. ¿Eso querían los dirigentes del paro? ¿Son tan ingenuos que creyeron que podían controlarlo todo o, más condenable todavía, que lo permitieron? Tarde o temprano la justicia debe actuar. Estos golpistas, ¿van a quedar otra vez impunes?

La Asamblea da vergüenza. Su presidente pretende ser mediador, pero vota por la destitución de Lasso. Insólito. Solo el hecho de haber admitido a trámite la malhadada petición merece condena.

Para que fructifique una mediación se debe actuar de buena fe. ¿La dirigencia indígena quiere dialogar o imponer? Se la percibe soberbia, se siente muy poderosa. Poner como condición un decálogo imposible de financiar es declarar la guerra al Estado y su gobierno elegido por el pueblo. Golpe blando. (O)