Existe una creencia que nos dice que el sistema de justicia de los Estados Unidos es un modelo de perfecto funcionamiento. Seguramente que así es en muchos aspectos, pero, como toda institución sometida a grandes poderes, esa creencia no es totalmente verdadera. No cabe duda de que es un sistema legal altamente institucionalizado, pero también es cierto –como se ve en tantos reportajes, testimonios de las víctimas y filmes– que hay zonas oscuras que no funcionan o que funcionan muy mal. El más reciente libro de Óscar Vela, Los crímenes de Bartow (Bogotá: Planeta, 2021), justamente muestra una gran injusticia de nuestro tiempo.

Desde el punto de vista de espectador, escritor y abogado de una parte de la causa, Vela reconstruye con detalle el caso de Nelson Iván Serrano, ciudadano ecuatoriano acusado de un cuádruple asesinato ocurrido en 1997 en Bartow, una pequeña población, en el centro del estado de la Florida, en un condado tan conservador que se lo relaciona con actividades del Ku Klux Klan. Según Vela, se trata de “una tragedia con cuatro personas asesinadas de forma brutal y varias víctimas colaterales de un caso turbio e intrincado”. Janeth Hinostroza también ha presentado varios documentales fílmicos sobre este caso.

Vela maneja una documentación exhaustiva para armar su relato –en más de una ocasión él habla de ‘esta novela’, pero se trata, más bien, de un reportaje novelado, o de un gran reportaje a secas, bien escrito, como debería ser cualquier escritura periodística–, porque, aunque es cierto que “No hay ficción tan horrorosa como la vida”, según el epígrafe de Joyce Carol Oates que inicia el libro, los hechos descritos en el texto se ciñen a la documentación de archivo tanto como es posible, pues, en el fondo, esta narración es un alegato en contra de un acto injusto de un sistema judicial tomado por prejuicios racistas.

A lo largo de más de trescientas páginas, Vela demuestra que Serrano no pudo haber cometido el crimen, entre otras cosas, porque aquello de la línea de tiempo –que hemos aprendido cómo funciona en tantas series televisivas de detectives y homicidios– simplemente no calza con las actividades y los desplazamientos del acusado aquel día de los crímenes. Es cierto –y esto sí es un elemento de la novela de la vida– que el propio Serrano levantó sospechas de su paradero por un amorío fuera de su matrimonio. Serrano es el prisionero más longevo del llamado corredor de la muerte en el sistema penitenciario norteamericano.

En el caso contra Serrano, que fue absuelto en una primera instancia, hay evidencias forjadas. Hay un secuestro ejecutado por oficiales norteamericanos en el año 2002 mientras él vivía en Ecuador (en este delito participaron miembros de la Policía ecuatoriana, y, cuando, años más tarde, ellos fueron llevados ante la justicia, Galo Chiriboga, el fiscal del correísmo corrupto, no solo que no hizo nada por impartir justicia, sino que dio por válida esa actuación ilegal en el secuestro de Serrano. El libro de Vela pide justicia para que nadie pague por crímenes que no cometió. En contra de la esperanza del conocido refrán, en este caso la justicia tarda, y no llega. (O)