Cuando niño, días como hoy, Sábado de Gloria, eran de resguardo absoluto. “¡El diablo anda suelto!”, repetía con gritos ahogados mi mamá al oído de cada uno de sus hijos, y era suficiente para que cualquier ímpetu de jugar, brincar, salir o hasta mirar la televisión quedara de lado porque el peligro invisible acechaba.

Esos Sábados de Gloria de antaño eran días de luto religioso. Jesús había entregado su vida en la cruz y mi madre, fiel católica como era, había sin duda acudido el día anterior a la procesión del Cristo del Consuelo, la mayor del país, y desde ese mediodía del Viernes Santo respetaba rigurosamente esa ausencia del hijo de Dios, hasta su resurrección al tercer día. Advirtiendo todo ese tiempo que “¡el diablo anda suelto!”.

Muchos años después, y aunque ya mi madre no está para aplicar el rigor, esta Semana Mayor he sentido de nuevo esa necesidad de autorresguardo, en medio de un ambiente social y políticamente agitado y una profunda crisis de credibilidad y confianza. Y si se soltó el diablo, aquí en el Ecuador del 2022, debe estar afrontando una competencia férrea de los asesinos pagados que en todo el territorio nacional ejecutan sicariatos indiscriminadamente en sitios tomados por carteles del narcotráfico; de femicidas y abusadores que no se amedrentan por cambios legales y siguen sembrando de víctimas los caminos de barrios y ciudades; de los violentos asaltantes que, dos en moto, recorren aceras y paraderos de buses para arrebatar a ciudadanos el producto de su esfuerzo laboral y dispararles sin remordimientos si se resisten; de funcionarios corruptos que se inventan obras e inflan presupuestos para llevarlas a cabo, a pesar de que ese dinero podría atender necesidades fundamentales.

También el diablo se sentirá quizás rebosado por la audacia de políticos sentenciados que salieron de prisión antes de tiempo, con diagnósticos médicos inflados e incompatibles con la imagen que proyectan al poner un pie fuera de la cárcel, y en circunstancias poco santas. Y la audacia de quienes, a todas luces, ayudaron a cometer ese atraco a la justicia y la cordura nacional, y gritan “¡ladrón, ladrón!” para desviar las miradas, en un flagrante insulto a la inteligencia colectiva.

Mientras esto pasa, los santos de las iglesias estarán tapados con grandes mantas durante los tres días en que “¡el diablo andará suelto!”, justamente para que “no vean” el horror de las acciones que Belcebú cometerá en la tierra ante la ausencia del hijo de Dios. Mantas que quienes aún nos repugnamos por abusos como los recién descritos, quizás deberíamos cargar encima de manera indefinida, sin perder la esperanza de que el país alguna vez cambie.

El Ecuador no puede seguir siendo el infierno sempiterno de estos diablos sueltos, que muestran comodidad y refugio seguro entre las llamas locales y poco reparan en el daño que causan al conglomerado, mientras sus intereses sigan intocados e impunes. El Ecuador no puede condenar a sus ciudadanos honestos y trabajadores, que son mayoría, al reino de los diablos sueltos que ya han abusado de más. El Ecuador, por tanto, merece tener urgentemente su “Domingo de Resurrección”. (O)