David Beasley, director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos (PMA), advirtió que los altos precios de los alimentos a nivel global provocarían una “catástrofe”. “Si no tenemos apoyo y no hacemos nada más, expandiremos el hambre, la desestabilización y la migración masiva”, afirmó en entrevista para EFE el pasado 5 de agosto, durante su reciente visita a Ecuador. ¿Exagera Beasley? ¿Qué se debe hacer?

No exagera. Desde el 2017, la cantidad de personas con hambruna venía incrementándose aun antes de la pandemia, de 80 millones de personas a 135 millones. El COVID aumentó esta cifra a 276 millones, lo que evidenciaba una crisis alimentaria “sin precedentes desde la Segunda Guerra Mundial”. Finalmente, la sostenida crisis global de altos precios de los alimentos que vivimos ha subido a 345 millones la cantidad de personas con hambruna en el mundo. Adicionalmente, el representante del PMA urge a los líderes mundiales a colaborar con recursos para “evitar esta catástrofe”.

El pedido de David Beasley intenta apagar la bomba de tiempo que implica la hambruna creciente. Pero también revela la necesidad de innovar el modelo vigente para la remediación del hambre en el mundo. Es hora de dar acceso a alimentación a millones de personas hoy excluidas por la lógica del mercado, partiendo de una combinación ingeniosa de herramientas del capitalismo. Es el momento de proponer un modelo de cooperación público-privada transnacional para ejecutar tal combinación.

Se debe tratar el problema como una falla por resolver en un encadenamiento global. Poblaciones enteras en África y regiones y suburbios de Latinoamérica y el sudeste asiático se cuentan entre las poblaciones excluidas por las redes de distribución de alimentos, principalmente por falta de capacidad de compra. En aquellas regiones y suburbios donde existe distribución de alimentos, pero no llega a los más pobres porque no son rutas rentables, se la debe subsidiar para productos de bajo costo y alto valor nutritivo. Sí es posible, porque se puede identificar a los pobres, incluso con su localización, para focalizar con eficacia este subsidio. Ecuador tiene más de veinte años haciéndolo.

Segundo: existen tecnologías para la operación sencilla, eficiente y confiable del modelo. Las tecnologías de identificación digital, tecnologías para el registro y control de los inventarios fluyendo hacia los beneficiarios y las de articulación de servicios complementarios cuentan con una amplia gama de opciones. Tercero: esta es una razón suficiente para que los paraísos fiscales, que son sedes tributarias de grandes corporaciones, cobren impuestos y financien parte del subsidio del modelo aquí comentado.

Que se ponga en marcha un piloto, liderado por la multilateralidad, ojalá con Gobiernos de paraísos fiscales y un país beneficiario. Que se cuente con técnicos probos y expertos en el diseño y la administración de modelos de cooperación público-privada y empresarios. Mientras tanto, que el PMA siga con su modelo donde el hambre es tanta que no existe una oferta apropiada de distribución de alimentos. (O)