¿Ya tiene su marca personal? Ojo, que está en boga. Y si ya la tiene, ¿con buena foto y buen video, logrados tras horas en un estudio? ¿Con el relato de sus logros, resaltando con ‘cursivas’ y ‘negritas’ aquellas actividades que, aunque usted no crea son las mejores, son sí las mejor valoradas en el implacable ecosistema digital? ¿Con la vestimenta adecuada, aunque ni remotamente sea la que usa a diario en sus labores? ¿Con sonrisa profesional, de esas que hasta hace pocos años era casi de exclusividad de los políticos cuando recorrían zonas marginales? Si le dio un like a cada uno de estos ítems, o a la mayoría, sepa usted que es ya militante de la nueva economía, la economía de la atención, que exigirá de ahora en más su exposición casi permanente, y en la que se le marcará con letras rojas cualquier intento de flaquear. En ella el mayor capital es la autopromoción 24/7 y el mayor pecado, no aparecer.

Más luces: si ahora, siendo autónomo o asalariado, más del 50 % de su trabajo no consiste justamente en trabajar, sino en contarlo, es usted un miembro de número de esa nueva economía que le exige cada vez más nutrir una presencia digital constante, darse de codazos con sus similares en busca de la mejor visibilidad posible y pelear por la mayor validación externa de cada uno de sus actos.

Pero alto ahí. Todo lo dicho hasta ahora no significa que la macroexposición sea del todo mala. Tampoco del todo buena. El tiempo y los efectos más temprano que tarde se encargarán de ubicar su valía, en esta convulsa etapa pandémico-algorítmica-cultural de la humanidad que un reconocido artista de la imagen, especialista sin duda del glamour y de cuya marca personal cuelgan como medallas los trabajos realizados para Vogué, Bazzar, Dior y las mayores casas de perfumería, Serge Lutens, ha definido como el relevo de la cultura del “saber hacer” por la del “hacer saber”, como cita recientemente Karelia Vásquez, de El País, de Madrid.

Facebook, Instagram y Twitter son los principales espacios donde los adictos a la imagen ejercen esa especie de jornada laboral extra en la que muchos practican la “petulancia humilde”, como califica la Universidad de Carolina del Norte a eso de presentarse sencillamente exitosos. Mientras que un artículo de Harvard Business Review sugiere entrenar para ejercer con elegancia cierta dosis de autopromoción, un ejercicio de espontaneidad controlada para no publicar en modo aspersor.

Y recuerde, no todo lo que brilla es oro. En 2019 la reconocida revista cientifica Nature reveló que algunos de los científicos más citados del mundo eran maestros de la autopromoción y se autorreferenciaban excesivamente. Entre los más (auto) citados del mundo se mezclaban eminentes matemáticos y premios Nobel con otros nombres casi desconocidos. Todos practicaban la autocita y la cita cruzada, es decir, mencionar a los coautores de su trabajo que a su vez les correspondían con otra alusión. El caso extremo, según la investigación, era un afamado informático hindú: el 94 % de sus menciones las había hecho él mismo o su equipo.

Dicho esto, y con la mano en el pecho, ¿está listo para mostrarte con sinceridad? (O)