La semana pasada mientras el mundo se conmovía por el operativo militar de Putin, en nuestro país se comenzaba a poner en movimiento otro operativo igualmente ilegítimo: la ruptura del orden constitucional y el naufragio de nuestra debilitada democracia. La Constitución expresamente manda que el titular de la presidencia de la Asamblea ejercerá su cargo por dos años, pudiendo ser reelegido por otros dos. Como esta norma es de rango constitucional, la remoción de esta autoridad por parte de los legisladores debería estar prevista en la propia Constitución, como es el caso de los ministros, contralor, procurador y otros. Hay que recordar que esta disposición fue tomada de la Constitución de 1998 y que ella busca darle un mínimo de estabilidad a la legislatura, un órgano que de por sí es propenso a la turbulencia. Pero ya sabemos que a nuestros legisladores les importa un rábano estas reflexiones. En el mundo ilimitado de su hambre todo es posible. La obsesión que ahora los consume es acosar y arrinconar al presidente hasta llevarlo a que ceda al chantaje o se atenga a la remoción de su cargo. Que él escoja. Les urge deshacerse de la ministra fiscal general, asaltar al Consejo de la Judicatura, engullirse a la Contraloría General, adueñarse de la Corte Nacional, llevarse Petroecuador y sacarlo a Villavicencio para que los deje en paz. Pero, por sobre todo, que se anule la sentencia que condenó al exdictador y cesen las investigaciones a su camarilla, para que terminen los allanamientos en Samborondón y en Cumbayá, para que devuelvan los documentos y papeles incautados, para que la pandilla pueda vivir en paz ya sea en Miami o Bélgica, en Panamá o Venezuela, y puedan estos individuos ir y venir a nuestro país sin ningún temor, como si nada haya pasado.

La vigencia de nuestra democracia está en riesgo, entonces. Los 14 años de desgobierno, robos y despilfarro, dejaron a nuestro país viviendo una mentira. Una mentira que se infló en base al más brutal endeudamiento, en las peores condiciones comerciales, y dando en hipoteca nuestro petróleo. Fue uno de los actos más oprobiosos en contra del Estado ecuatoriano que ni los altos precios del petróleo de hoy nos ayudan lo suficiente. Nos dejaron con una deuda externa que bordea los 60.000 millones de dólares, que era de 13.000 millones cuando asumieron el poder. En otras épocas los responsables de este crimen ya habrían sido llevados al patíbulo de la ignominia pública. Cambiar de rumbo y volver a la realidad no será fácil. A nadie le gusta despertar de sueños de oro. Cierto que lo más sencillo sería seguir viviendo en esas fantasías y mentiras que se fueron tejiendo semana a semana durante el circo de las sabatinas. Cierto que lo más cómodo sería seguir haciéndonos de la vista gorda frente al narcotráfico. Pero algún día, en algún momento, debemos dejar de lado esa cobarde comodidad que nos impide enfrentar la realidad por más que no nos guste. Y si no lo hacemos ahora, luego será muy tarde. Y duro será el precio que pagaremos.

Por ahora tenemos que defender la democracia de sus enemigos. Esa es una tarea urgente. Tenemos una de las dirigencias políticas que, con pocas excepciones, es una de las más mediocres e irresponsables de la región. Hoy está empeñada en retroceder el reloj de la historia. (O)