El Ecuador está envuelto en el ruido. No hay silencio. Y el silencio, que casi siempre es necesario, hoy es urgente. La quietud es necesaria y urgente. Ver y pensar las cosas con frialdad, es necesario y urgente. Dice uno de los poemas de Rafael Cadenas: “Habla/ si vas a hablar/ o enmudece de una vez.” Me parece que cuando una crisis es más grande que nuestra voz, más grande que cada uno de nosotros, debemos cuidar que nuestras palabras no hagan más grande la crisis, no sean más ruido y euforia. Debemos procurar que nuestras palabras guarden la fuerza del silencio: orienten el caos y nos impongan un segundo, así sea uno solo, de meditación y conciencia. Debemos detenernos y hacer silencio.

La legitimidad de los reclamos no puede, nunca, justificar la destrucción del país, porque luego del paro, con el tejido social y la economía rotas, la precariedad será más honda para todos.

Hoy escribo, no por los partidarios del paro, ni siquiera por aquellos que luchan por reivindicaciones legítimas y creen en la necesidad de la protesta social -¿pacífica?- para alcanzar las transformaciones. Tampoco por un Gobierno que, luego de la nefasta experiencia de octubre del 2019, fue incapaz de comprender la complejidad del país, la fragilidad de la democracia y del pacto social, el hecho indiscutible de que la extrema precariedad en que vive gran parte de la población podía implicar una explosión. Un Gobierno que, incluso a sabiendas de las pretensiones golpistas de una mafia que desea volver al poder, no tomó las precauciones para gobernar y salvaguardar la democracia, en concierto con los sectores sociales más vulnerables, sobre todo un pueblo indígena que también fue reprimido brutalmente por el régimen de la mafia, que hoy los quiere ver como carne de cañón en el ataque al Estado de derecho.

El paro implicará muchas miradas. Cuando salgamos de él -y espero que el precio no sea más vidas, ni la destrucción del sistema democrático- habrá todo tipo de teorías, lecturas, análisis. Lo urgente, aquello que quiero decirles a toda costa, es que no estamos obligados a tomar partido con actitud de ciegos, a comulgar con quienes hacen el paro o con el Gobierno, a justificar con discursos desgastados por la repetición estos niveles de violencia que son inauditos. El paro convocado por la Conaie, con infiltrados o no, ha implicado violencia extrema: la violación de los derechos de terceros, incluso por el simple hecho de no plegarse; la destrucción demencial de propiedad pública y privada, la suspensión de servicios básicos y ya, en este punto, la sensación de inviabilidad del país.

La legitimidad de los reclamos no puede, nunca, justificar la destrucción del país, porque luego del paro, con el tejido social y la economía rotas, la precariedad será más honda para todos. La intelectualidad de izquierda, que cada vez tiene menos de intelectualidad, busca imponer, con su delirante tufo a superioridad moral inquisidora, tanto como los “quiteños de bien” del otro lado, una dicotomía en la que solo existen dos bandos, dos visiones incompatibles de la nación. Es inaceptable y lo repudio. El Ecuador es esencialmente complejo. Así como hay cientos de quiteños plegados al paro, los abusos de los manifestantes los han sufrido esencialmente las clases más bajas, que han sido golpeadas, chantajeadas o impedidas de trabajar para llevar el pan a su mesa. Las nacionalidades indígenas, cuya cosmovisión establece una vida en armonía con la naturaleza, pretenden extorsionar al Estado, con la amenaza de destruirlo, para incrementar los subsidios a los combustibles fósiles, los más contaminantes, sin siquiera focalizarlos a los más necesitados, sin siquiera considerar que el Gobierno ha congelado los precios. La muerte de las personas que estamos contando, y que los dirigentes olvidarán en el devenir de sus carreras políticas, jamás será justificada por esta supuesta lucha social tan funcional al golpismo, que está exacerbando el odio y el antagonismo en la sociedad. Deponer la violencia y llegar a un acuerdo es una obligación con el presente y el futuro. Y también con el pasado. Por las vidas que se han perdido para alcanzar esta frágil y débil democracia y los derechos que ella protege, que con todos sus defectos, sigue siendo mejor que las viejas y nuevas formas de tiranía.

Es irresponsable alentar esa división, esa dicotomía que deviene en odio. La exacerbación de esa conducta, que empecinadamente ve al país en dos bandos, solo puede escalar el conflicto, no solo en el contexto del paro, sino en nuestra configuración política y social. Es decir, estamos abriendo la puerta a que todos nuestros conflictos impliquen un enfrentamiento violento entre dos bandos que se odian. Y eso solo puede terminar mal. En la historia de la humanidad eso solo ha terminado mal, con muertes y destrucción. Por eso insisto, no estamos obligados a tomar partido, a inscribirnos en un bando. Hago un llamado a desmarcarnos, a ver las cosas con distancia y sin euforia, con silencio; a reconocer la complejidad del país, profundamente. No secundar este binarismo irreflexivo y fanático constituye un acto de rebeldía en estos momentos. Y debemos entender que el Ecuador no se puede construir, jamás, sin las nacionalidades indígenas. También deben entender, quienes han convocado al paro, que una sociedad y el Estado que la organiza, no pueden sucumbir a chantajes impuestos con terror. Solo una lealtad es válida, no es con el Gobierno ni con la protesta violenta, es con el sistema democrático, que fue creado para alcanzar la justicia social y el ejercicio de los derechos. El ruido solo obnubila. Silencio. Silencio y quietud. (O)