Según Michael E. Porter –gurú de la planeación estratégica y reconocido catedrático de Harvard Business School–, la competitividad de las naciones depende de la capacidad que tienen sus industrias para innovar y actualizarse, es decir, aquella productividad con la que las organizaciones usan los recursos existentes para crear bienes y servicios de valor. La prosperidad en una localidad es posible no por las industrias en las que se compite sino por cómo sus industrias compiten, por ejemplo: su capacidad de mantener los salarios y el nivel de vida del colaborador promedio. Para la teoría de la competitividad se da uso de otros conceptos como los clusters, cadena de valor, diamante de Porter, entre otros; con un énfasis en la orientación de políticas de desarrollo económico.

Las prácticas de competitividad son propias de economías avanzadas y han derivado en un sinnúmero de versiones como las definidas por el MIT –Massachusetts Institute of Technology–, Tecnológico de Monterrey, Foro Económico Mundial, etcétera.

Localmente, se conoce que en el país también buscamos alcanzar la competitividad nacional. Pero, en palabras simples, ¿cómo desarrollamos una competitividad transversal que impacte cada ramificación de la economía del Ecuador? Hace casi 3 años tuve el placer de conocer a Michael E. Porter como delegada del equipo de investigación de Ecuador para la red global que el Ph. D. Porter preside en Harvard Business School. El grupo local fue representado por la Ph. D. Carmen Padilla Lozano y nuestra primera visita quedó marcada por una anécdota.

Como toda red científica, el encuentro pretende intercambiar experiencias, valorar el trabajo científico que se desarrolla alrededor del globo y hacer frente al factor común “barreras existentes”. En la plenaria de apertura –frente a representantes investigadores científicos de más de 60 países– Michael dirigió sus palabras a Carmen y le dio la bienvenida a la red internacional advirtiéndole sobre la mentalidad limitante que impide al Ecuador ser más competitivo diciendo “ahí todos quieren el pedazo más grande del pastel”. Sus palabras hacen referencia a una estrategia de mercado donde los ojos están en quitarle participación a la competencia en lugar de hacer crecer el mercado para todos.

Nuestra cultura nos forma para ser seguidores, no para ser líderes y cuando aparece un líder, nuestro pensamiento default es justificar los logros ajenos con deméritos y de paso sumar a los talentos cercanos a la lista de amenazas potenciales. Algo muy distinto se vive al menos en la academia norteamericana. En Harvard los docentes son más que ponentes que emiten un diálogo unilateral, sus catedráticos buscan mentorear, es decir, encontrar un talento a quien le transmitirán su conocimiento para que no cometa sus mismos errores. Mientras que en nuestro país muchas veces suponemos que la luz del otro nos opaca, en países de primer mundo los líderes buscan un ‘aprendiz’ que llegue más lejos que ellos –sus mentores– en su propia carrera hacia la prosperidad y la competitividad. Para masificar el progreso se requiere de coopetencia, de descubrir talentos ocultos y de reinventar la cultura del país. (O)