Dos palabras son claves en el balance de la gestión de cualquier gobierno. La primera es confianza. En esa sensación colectiva debería condensarse el resultado de las decisiones y acciones tomadas por quienes recibieron el mandato de los electores. Si cumplieron con ese mandato, vale decir, si respondieron a las expectativas de sus mandantes, se instalará la confianza. Así, los seres comunes y corrientes confiarán no solamente en los gobernantes, sino en la política y sobre todo en la democracia como sistema de gobierno.

De esa primera palabra se deriva la otra, la certidumbre. Como la anterior, esta también es una sensación, pero enfocada hacia el futuro. Es la convicción de que las cosas irán bien, que la situación será igual o mejor que en el presente. Es otra forma o, más bien, otro tiempo de la confianza. De la misma manera que esta, la certidumbre surge de la evaluación de la situación personal y de las condiciones en que está el país. Ambas expresan el balance que cada persona hace de lo individual y lo colectivo. Por ello, y porque contienen la foto del estado de ánimo de la población, son los primeros temas que revisan los asesores y consultores políticos en las encuestas.

Al cumplirse el primer año del gobierno ambos sentimientos se encuentran a la baja. La exitosa campaña de vacunación generó enorme confianza en el gobierno y elevó a niveles extraordinarios la aprobación de la gestión presidencial. Sin embargo, un pésimo manejo comunicacional y sobre todo la ausencia de políticas sociales que la complementen (como una intervención decidida en el sistema de salud) hicieron que muy pronto se esfumara. A la inacción gubernamental se sumó la actuación caótica de la Asamblea, que ni siquiera acudió al bloqueo abierto, como en otras ocasiones, sino que enlodó el terreno en que debía moverse un gobierno que carece de rumbo político. La apuesta por una ley ambiciosa que contenía todo su programa requería de un equipo político y una pericia que son absolutamente ajenos a quienes consideran que la gestión gubernamental se agota en el equilibrio de los indicadores macroeconómicos. Guiados por la absurda –y mil veces demostrada como errónea– política del goteo, dejaron pasar la oportunidad que ellos mismos abrieron con el combate al virus.

La pérdida de confianza se incrementó fuertemente con los vaivenes en la relación con el correísmo. Después de la enfática negativa del presidente a suscribir la alianza (que incluía los pasos necesarios para la impunidad de los delincuentes), que fue uno de los factores que incrementaron su aprobación, la negociación se trasladó a sótanos oscuros que condujeron hasta el famoso habeas corpus. El enredo resultante les benefició a los otros, aquellos que buscan el fracaso del gobierno, y demolió la poca confianza que aún quedaba. A ello se suma la angustia ciudadana por el incremento de la inseguridad que, por cierto, no puede ser atribuido al gobierno, pero que tampoco encuentra una respuesta clara de su parte.

El balance en este aniversario se puede expresar con los antónimos de aquellas dos palabras. Desconfianza e incertidumbre son las sensaciones que predominan en todos los niveles sociales. La evaluación de lo vivido en estos meses no deja espacio para el optimismo. (O)