Las semanas de zozobra que acabamos de vivir los ecuatorianos, cargadas de violencia e incertidumbre, arrojan, además, cientos de millones de dólares de pérdidas entre el sector público y el privado.

Y como dice ese viejo dicho popular, que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla, es fundamental intentar comprender cuáles fueron todos esos factores que confluyeron para formar esta gran tormenta que estuvo muy cerca de desbaratar la débil institucionalidad democrática que nos queda y la economía del país.

Por un lado, un Gobierno que paso a paso se fue desconectando de las diferentes fuerzas políticas que le habrían permitido gobernabilidad en la Asamblea Nacional. Primero con el PSC, luego con ID y, al final, con la misma Pachakutik. En cuanto al correísmo, pactos, rupturas, pactos y rupturas.

Por otro lado, una ley tributaria impopular, que sumó al bando de los descontentos a importantes sectores empresariales y de la clase media del país.

Se debe agregar a ello que el esfuerzo por mejorar la situación macroeconómica del país, que es un punto a favor del Gobierno de Guillermo Lasso, no impedía dotar de recursos a proveedores y Gobiernos seccionales, ni direccionar fondos a sectores de seguridad ciudadana y salud. No terminamos de comprender si esto ocurrió por una suerte de sabotaje desde adentro del Gobierno, por inexperiencia o simplemente por falta de sensibilidad de los funcionarios a cargo.

El ataque permanente a Leonidas Iza, lejos de minar su imagen, causó todo lo contrario: lo encaramó como el poderoso enemigo, el contradictor permanente, la amenaza latente. Imagen que quedó confirmada con las recientes jornadas de protesta.

No cabe la menor duda de que detrás de las protestas operaron agitadores profesionales y agentes externos con la misión de generar caos y, de ser posible, desestabilizar al Gobierno. En el Ecuador de hoy, hay muchos oscuros intereses a los que el orden constituido les molesta.

Sin embargo, el caldo de cultivo estaba servido por el mismo Gobierno, que pareció mirar con desprecio cualquier advertencia de que se venía algo bien feo.

Rescato de esta lamentable jornada que acabamos de vivir cuatro actores fundamentales:

1.- La Iglesia católica, que hizo posible un diálogo y posterior acuerdo que nos devolvió TEMPORALMENTE la paz ciudadana.

2.- La fuerza pública, que estuvo siempre respaldando el orden constituido, pese a las agresiones recibidas.

3.- El PSC y Jaime Nebot, tantas veces vilipendiados y acusados de correístas y golpistas por los escribanos de palacio, con cuyos votos se habría consumado la destitución del presidente Lasso de no haberse ubicado nuevamente del lado de la democracia.

4.- El ministro Francisco Jiménez, incómodo para los cortesanos capitalinos, ajeno a los cafetines filosóficos de izquierda y demasiado mono para ser traidor a tiempo completo, quien fue la voz que siempre creyó en el diálogo como único camino de solución a la crisis.

Ojalá esta segunda oportunidad que el país en su conjunto (clase política, gremios y ciudadanía) ha dado al actual Gobierno sea aprovechada para cumplir con todas aquellas ofertas de campaña por las que el pueblo ecuatoriano lo eligió. (O)