De pronto en clase se escuchó una alerta “¡Huele a quemado!”. Pensé en los estudiantes quienes el año pasado en Ambato presenciaron un asalto durante un encuentro online y supuse que esta vez podía ser un incendio. Afortunadamente no fue así. Michelle aclaró que el arroz en su casa se había hecho cocolón, pero ya estaba pasando a la categoría incomible. Situaciones como estas nos sorprenden, de vez en cuando, con la modalidad de educación online.

Ya es un año de la suspensión de clases presenciales y en las universidades está arrancando lo que sería un tercer semestre online.

Está por delante el desafío de continuar tal vez con un sistema híbrido que sigue poniendo a prueba la nueva capacidad de los profesores de enseñar desde casa para alumnos que permanecen en sus hogares. Nadie hubiese imaginado que los dormitorios se convirtieron en aulas, y una sala o comedor puede ser una universidad.

Pero no solo ha sido un cambio de espacio. Es el reto de diseñar estrategias de contenidos para seguir proponiendo clases interesantes; no sea que los estudiantes nos apaguen sus cámaras y se vayan a dormir después de haber dicho presente cuando se pasó la lista de asistencia. Los profesores nos hemos tenido que armar de novedosas herramientas, nuevas estructuras para llegar a los jóvenes con elementos que hagan posible este aprender digital.

Sabemos que entramos a casa de niños y jóvenes donde tal vez esté una mamá junto a una niña pequeña ayudándole a hacer sus primeros trazos. Cuantas veces nos tocó escuchar de manera casual, una pelea entre hermanos y en diciembre, por ejemplo, fuimos testigo cuando los hogares comenzaban a lucir arbolitos para vivir el ambiente navideño. Cuando se encienden las cámaras de las computadoras se abren ventanas que nos convierten a los profesores en integrantes de las familias.

Definitivamente hay un antes y un después para quienes somos parte del proceso educativo. La experiencia nos demostró que como personas proactivas podemos de manera permanente desarrollar nuevas habilidades y potenciar otras que tal vez no habíamos sido conscientes de su enorme valía. Escuchar un “se quema el arroz” es abrir la puerta a la escucha activa como un elemento fundamental en la vida de todo profesional.

Cuando un alumno abre su micrófono para participar y simultáneamente escuchamos cantar al gallo del vecino estamos trasladándonos a su mundo y siendo parte de él. Esos vendedores que escuchamos recorrer las calles de los barrios buscando botellas vacías nos hacen protagonistas de un sistema de educación digital que llegó para quedarse porque nos ha dado regalos inimaginados.

Estamos a un clic de distancia del ambiente real donde viven los estudiantes. Somos testigos de su entorno que a veces puede ser muy duro compartir, pero que muestra la realidad y también las desigualdades. Con el inicio de un nuevo semestre es momento de continuar empoderando a los estudiantes con más herramientas que potencialicen su liderazgo. Recordar que cada clase es una oportunidad de cambiar vidas, de construir sueños que se convierten en realidad. (O)