Sanciones: palabra favorita de los políticos tras la invasión rusa de Ucrania. Cual padres impotentes de un chico que asesinó a sangre fría a su abuela y escucha con sonrisa procaz su castigo: “No más videojuegos ni mesada ni chocolates para ti”. Pero el astuto muchacho, prevista ya la reacción de sus padres, se había preparado como lo haría cualquier criminal profesional y calculador. Se había asegurado el privilegio de jugar en casa del vecino chino, quien además garantizaría su abastecimiento de dulces, y había comprado millones en criptomonedas, transacciones no reguladas por bancos, esquivando así el modo principal de control de cumplimiento de sanciones financieras. Putin no solo se preparó militarmente para “saltarse” las reglas (me veo obligada a usar una palabra digna para una acción indigna), sino que había previsto la reacción de las “potencias”. ¿Se reirán de nosotros las generaciones del futuro ante esas imágenes de tres machos blancos (Johnson, Scholz y Biden) amenazando con severísimas sanciones a un súper macho blanco (Putin) admirado por un aprendiz fracasado de súper macho blanco apellidado Trump? ¿O nos tendrán lástima?

La catástrofe me agarró de visita en Múnich, donde estuve leyendo manuscritos en un archivo a una cuadra del consulado ruso. A su vez, el consulado de Rusia se ubica (hoy desvergonzadamente) en la plaza de Europa, donde se eleva, sobre una altísima columna, una bella escultura dorada llamada Friedensengel (Ángel de la Paz). Como si lloviera fuego del cielo, de mi teléfono empezaron a surgir noticias de la invasión, paralizándome justamente en medio de aquella plaza, mirándolo todo sin creer nada: Rusia, la guerra, el ángel, la paz, Europa... Alcé la vista al cielo en busca de ese ángel que de repente se me antojó tan lejano e indiferente. Me refugié en el archivo arropada con el hechizo de las palabras.

Al día siguiente me abrí paso entre los manifestantes que habían hecho un monigote carnavalesco de Putin con capa y corona. Rodeando al autócrata, pancartas contra el terrorismo de Estado. Ucranianos, rusos, alemanes unidos exigiendo paz. Putin tiene las manos manchadas de sangre. Los activistas se lo recordaron a sus representantes bañando de pintura roja el portón del consulado. “Cuidado”, me advirtió la policía que custodiaba el recinto cuando intenté pasar por allí de camino al archivo, “todavía está fresca”. Todavía está fresca, sí, no solo la pintura, sino la sangre de inocentes.

¿Qué opciones nos quedan ante las provocaciones y crímenes de Putin? ¿La guerra nuclear? Sanciones... la palabra favorita mientras los ucranianos padecen, mueren, abandonan aterrados sus hogares. Sanciones... mientras millones de rusos (dentro y fuera de Rusia) aborrecen las acciones de su Gobierno y sufrirán la ola de xenofobia o, peor, terminarán en la cárcel si viven en territorios controlados por Putin. Sanciones... mientras un alemán enamorado de una ucraniana, desesperado ante las noticias, decide conducir 1.400 km para rescatar a su amada en su Volkswagen blanco, y ahora yace en un hospital, herido por las balas de las tropas rusas que no se detienen ante nada ni nadie. Sanciones... (O)