La situación del país es similar a una sala de parto de altísimo riesgo. Estamos expectantes, pendientes, sigilosos. No sabemos qué pasará.

Este país no puede más, se muere de dolor. Está pariendo un corazón, cuyos latidos contienen a todos...

Y viene a mi mente y sobre todo a mi corazón una canción que conozco hace mucho tiempo, cuya letra no acabo de comprender, pero que me resuena dentro, se canta sola interiormente como un disco sin fin y contiene encerrada una esperanza: La era está pariendo un corazón, de Silvio Rodríguez.

“Le he preguntado a mi sombra// A ver cómo ando, para reírme// Mientras el llanto, con voz de templo// Rompe en la sala regando el tiempo.

Mi sombra dice que reírse// Es ver los llantos como mi llanto. Y me he callado, desesperado. Y escucho entonces// La tierra llora.// La era está pariendo un corazón. No puede más, se muere de dolor// Y hay que acudir corriendo //Pues se cae el porvenir”.

Este país no puede más, se muere de dolor. Está pariendo un corazón, cuyos latidos contienen a todos sus habitantes, el indígena y el blanco, el mestizo y el negro, los gobernantes y campesinos, empresarios y profesores, médicos y enfermos, niños, jóvenes y ancianos, varones y mujeres, de todas las regiones, ciudades y pueblos que lo componen, de páramos y selvas, de asfaltos y de suburbios, de cerros y playas, todos los que lo habitan, los que en él nacen, viven y mueren. Un corazón que contiene los millones de corazones que lo habitan, que tienen sueños, esperanzas, alegrías y sufrimientos, que esperan y desesperan. Hecho de todos los anhelos y rabias y odios contenidos. De las incertidumbres y las certezas, las alegrías y las tristezas, miedos y valentías. Hecho del barro, arena, agua, fuego que somos y la vida que en él pulula.

De este parto puede surgir un país unido en la diversidad, que por fin se acepta en el mosaico de sus pueblos y culturas y en sus profundos mestizajes y diferencias. Un país que tiene la equidad como lema y la inclusión como bandera.

Un país que destierra la corrupción que lo invade y el narco que lo corroe. Donde la justicia no es ciega ni muda, sino que ve bien lo que es justo y legal. Donde las autoridades son de diferentes culturas y muestran el mosaico hermoso que lo componen. Un país donde la educación pública no es un adoctrinamiento, sino el despertar de conciencias y la posibilidad de inventar y romper moldes que mutilan la vida. Un país donde las mujeres no son números de tragedias y muertes sino el rostro amable de la ternura en la política y en todos los ámbitos del quehacer ciudadano. Un país justo, solidario, pujante, diverso, acogedor. Que respeta la naturaleza y no la destruye.

Los diálogos por comenzar pueden ser el punto de quiebre que marquen la ruta a seguir para asumir el desafío de crear institucionalidad y Estado. Democracia que perdure a pesar de los cambios de gobierno con diferente ideología que se sucedan. Porque sus cimientos están bien construidos y pueden soportar tempestades.

Hay que acudir corriendo, para que no se caiga el porvenir. Aceptemos todos, los que pueden ayudar a construir ese futuro, nacionales y extranjeros, aceptemos la vulnerabilidad de no saber, aceptemos reconocer que hemos cometido muchos errores gobernantes y gobernados, indígenas y negros, blancos y mestizos.

Aceptemos ponernos de pie y avanzar. (O)