Papa Legba se cubre el rostro. Siente impotencia ante el “conjuro” ensañado sobre Haití. Nación caribeña de 11 millones de habitantes, donde hombres esclavizados soltaron sus cadenas en agosto de 1791 y consolidaron una revolución en enero de 1804 estremeciendo el imperio colonial. Se erigió como nación libre, valerosa, bajo la protección de santos y deidades que los acompañaron en esa diáspora africana forzada. Sirvió de ejemplo para las colonias aún sometidas, alentando varias emancipaciones en América continental y el Caribe.

Las potencias harían pagar caro a Haití la osadía de fundar una república de herederos africanos y alborotar el avispero independentista. Le impusieron un cerco diplomático-económico. Estimularon tramas políticas para causar divisiones inter e intraétnicas. La condicionaron a cancelar deudas millonarias por convenios de resarcimiento a los explantadores para romper su aislamiento. Dividido, bloqueado, endeudado, sin poder labrar su desarrollo, pide “ayuda” a la banca americana, francesa, alemana, quienes le cobran exorbitantes intereses por su libertad. Terminó de pagar dichas obligaciones en 1947.

Haití deambula entre luchas intestinas, violencia, anarquía, intervenciones y, como si fuera poco, una naturaleza implacable la remece constantemente como una maldición en sus espaldas. El terremoto de magnitud 7 en la escala de Richter de enero de 2010 con 316.0000 muertos generó masivas migraciones a países como Chile. Fueron recibidos entre opiniones cruzadas por la mano solidaria de la presidenta Michelle Bachelet. No desempacaban y en febrero del mismo año 8,9 grados los paralizó. Vivieron cientos de sismos “menores”, hasta la Navidad del 2016 cuando Chile es azotado nuevamente con 7,6 grados de locura. Los inmigrantes haitianos viven en zozobra constante. Increpan a Papa Legba, patrono de la religión vudú, encargado de equilibrar las escalas de la vida y la muerte, los viajes y trasmutaciones, por incitarlos a “huir” a uno de los países más sísmicos del mundo, por no aplacar la furia de la naturaleza ni el desprecio de grupos nacionalistas exigiéndoles “trasmutarse” de regreso a su isla.

El 2018 Sebastián Piñera es reelecto presidente. Una de sus promesas fue gestionar la nueva ley de migración. Esto satisfizo a sectores antiinmigrantes. Se implementaron acciones para repatriar y expulsar a quienes muchos apuntaban como causantes de la crisis económica por excesiva mano de obra barata. Algunos de los 180.000 haitianos inmigrantes en Chile, arrepentidos del ‘sueño chileno’, vieron la repatriación como la oportunidad de volver a casa. El reciente terremoto de 7,2 con más de 2.000 muertos agarra al pueblo haitiano en medio de una crisis económica y sanitaria compleja; caos político con el asesinato del presidente Jovenel Moïse; desgobierno y más calamidades naturales, como tormentas, llenándolos de mayor angustia. Días después del impacto del 2010, una mujer haitiana en una iglesia de Santiago juntaba las manos en el mentón, y en descifrable creole rogaba a Dios detener las réplicas. A Papa Legba y a todos nos toca rezar por Haití, por este mundo loco y esta naturaleza impredecible. (O)