Vinieron, iniciaron una guerra, inculcaron nuevas creencias religiosas, una nueva organización política y un nuevo idioma. Estas son declaraciones que podrían hacer diferentes pueblos alrededor del mundo: los bretones ante los romanos, los hindúes ante los musulmanes, los griegos ante los otomanos, los tepanecas por los mexicas, los cañaris por los inkas. Las consecuencias de la guerra y la conquista no son particulares a América, es parte de la historia de la experiencia humana en el mundo. Fue la expansión imperial de las primeras civilizaciones humanas en Mesopotamia las que produjeron las primeras invenciones necesarias para la vida en grandes sociedades y ciudades.

Intelectuales y políticos, mestizos e indígenas, usan como comodín a la colonia para explicar todos los males contemporáneos de los pueblos indígenas; si la conquista es el origen de todos los males, ¿no deberíamos regresar en la historia hasta el momento en que nuestros antepasados sapiens eliminaron a los neandertales para expiar culpas? En más de 500 años mucha agua ha corrido bajo el puente. Hay demasiadas variables a considerar, diríamos en ciencias sociales. Quizás los cambios que atravesaron los indígenas con las independencias y la implementación de las repúblicas, entre peleas de liberales y conservadores, tuvieron más efectos entre nosotros. Por otro lado, si la colonia no hubiese permitido la existencia de jurisdicciones indígenas con regímenes jurídicos separados, si no hubiesen reconocido y mantenido a las autoridades indígenas y si no hubiesen expandido el kichwa, ¿qué hubiese sido de nuestra identidad contemporánea?

Con un festival musical, manifestantes indígenas ‘recargaban energía’ para retomar protestas

Hoy, son los jóvenes indígenas, algunos de ellos formados en escuelas privadas, con estudios superiores en humanidades y ciencias sociales en Europa o Estados Unidos, los que proclaman la descolonización. Repitiendo las palabras de un economista negro estadounidense: se sienten víctimas de eventos que no vivieron, perpetrados por personas que ya murieron.

La nueva generación indígena no ha experimentado los mismos niveles de racismo y exclusión que apenas una generación atrás sí experimentó.

Sin duda queda mucho por hacer, y nuestros problemas no se resolverán si no estudiamos y conocemos adecuadamente la historia y enfocamos nuestras propuestas en el futuro, abiertos al mundo; no se resolverán siguiendo a académicos que desde universidades estadounidenses proclaman un ejercicio de la política desde la ira y el dolor.

¿Los jóvenes que gritan resistencia sabrán que esta idea/imagen sobre los indígenas fue creada por la Iglesia para justificar su permanencia y el régimen colonial? Las contradicciones que nacen del discurso de la “resistencia” son complejas de explicar, pero en definitiva niegan la historicidad de nuestro desarrollo, levantan un falso esencialismo que limita nuestras opciones y niegan otras estrategias usadas por los indígenas para “adaptarse”, “acomodarse” o “negociar” frente a los diferentes y cambiantes contextos a los que nos enfrentamos. Niegan la complejidad de nuestra agencia para decidir. Que nuestras propuestas sirvan para reconocernos ante la compleja historia de la condición humana. (O)