El origen de la arquitectura no está ni en la construcción, ni en el diseño: está en el pensamiento. Es una forma espacial de razonar que usamos para resolver problemas humanos, mediante la definición y manipulación del espacio a diferentes escalas. De ahí que muchos proyectos icónicos en la historia nunca hayan sido construidos y sigan siendo referentes importantes para lo que queremos construir hoy.

La calidad del diseño no es solo una cuestión de apreciación estética. Un problema bien resuelto en un objeto arquitectónico expresa la calidad de su resolución a través de su orden y belleza. Siempre que vemos algo que no nos convence en una edificación estamos frente a un problema mal resuelto.

En Quito y en Guayaquil, cada edificio, cada proyecto crece según su miope aspiración, sin poder ser parte de un todo...

Fue Daniel Burnham quien mejor definió las aspiraciones de la arquitectura: “No hagan planes pequeños. Ellos no tienen la magia para removerles la sangre a los hombres”. Así expresaba lo que quiso lograr con su mayor obra, el Plan de Chicago, concebido principalmente por él y por su asociado Edward Bennett.

Burnham –quien también es conocido por haber construido edificios icónicos, como el Flatiron de Nueva York– concibió una Chicago eficientemente articulada con nuevas vías diagonales y nuevos sistemas de transporte público que conectaran al centro con la periferia de la ciudad. Todo esto remataba con espacios públicos en el núcleo urbano de Chicago, generando nuevas plazas y edificios cívicos; haciendo que la urbe entera volviera a mirar al lago Michigan, con nuevos paseos públicos rellenados que generaban recorridos verdes entre el lago y la ciudad.

El plan que Burnham concibió para Chicago jamás se construyó, pero sirvió de referente para las futuras intervenciones en la ciudad. Todos ellos usan a Burnham como norte y brújula. El plan logró además que Burnham fuera llamado –junto con un envejecido Fredrick Law Olmsted, creador del Central Park– para participar del Plan Mc Millan de Washington D. C., que le permitió consolidarse a la capital estadounidense. Algo postergado históricamente por el ataque inglés de 1812 y su cercanía al frente de batalla, durante la guerra de secesión.

Guayaquil y Quito carecen de un plan que haga de norte y brújula.

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Quito lo tuvo en el plan Jones Ordiozola, que inspiró en gran parte al plan regulador de 1958. Pero luego de eso, el fin de siglo encontró a Quito poniendo su fe en proyectos mesiánicos (el aeropuerto, el parque Bicentenario, el Metro, las plataformas gubernamentales) que nunca lograron la anhelada resurrección de la capital.

En Guayaquil la situación es peor. Desde la concepción del Malecón 2000 no se ha realizado propuesta alguna que aspire a consolidar la ciudad. El parque Samanes quiso hacerlo, pero se vio impedido de lograrlo, al convertirse en el botín político de los funcionarios de turno.

En Quito y en Guayaquil, cada edificio, cada proyecto crece según su miope aspiración, sin poder ser parte de un todo orgánico y regulador.

Y no. Los planes de uso y gestión de suelo son solo simples herramientas de regulación urbana, carentes de magia, incapaces de removernos la sangre. (O)