Aprender es el proceso favorito de nuestro cerebro, y los últimos estudios sobre neurociencia afirman que aprender y todo lo que conlleva el proceso cognitivo tiene que ver con las emociones. Antes se creía que aprender era un tema completamente cognitivo y de la corteza cerebral, pero hoy en día sabemos que las emociones son las responsables de la memoria, las custodias del aprendizaje.

El cerebro es selectivo, recuerda todo lo que se hace con emoción. Nos acordamos de aquello que nos produce emociones, y hoy quiero hablarles del humor, una de las emociones que más recuerdos me ha permitido preservar y, sobre todo, reírme de mí misma, me ha convertido en mi mejor amiga contra cualquier adversidad y camino complicado.

El humor probablemente sea la herramienta más poderosa para sobrellevar muchas circunstancias que se nos presentan. El humor en dosis correctas es fundamental para entender la vida. Reírse de uno mismo es el mejor truco para aprender de nosotros mismos y para sobrellevar nuestro mundo. Es un pilar de la resiliencia, entender la magia de fallar, lo necesario de equivocarse, lo importante que es diferenciarnos y, sobre todo, querernos más y de manera más real.

Escuchaba el otro día al psiquiatra Luis Rojas-Marcos, quien dice que hay muchas situaciones en las que el sentido del humor nos permite poner en perspectiva ciertas cosas y llevar el día a día, y así como un poco de presión nos ayuda a motivarnos para cumplir ciertas cosas, reírnos mucho de las situaciones, pero sobre todo de nosotros mismos, nos permite tener distintas fuentes de satisfacción de la vida, superar adversidades, flexibilizarnos sobre aquellas cosas que creíamos exactas y únicas.

La medicina ya habla del sentido del humor, y en la actualidad se recomienda llevar una dosis de este a todos lados, con tino y pertinencia. Con sentido del humor tratamos de mejor aquello que no entendemos, las incongruencias, los sinsentidos, las preguntas sin respuesta. Aprendemos a entender muchas de las cosas que nos suceden aceptando, asumiendo las virtudes y defectos, los tiempos y los contratiempos, las bajadas y las subidas.

Ríete cuando te equivoques de palabra en la canción o cuando te olvides del nombre de tu jefe. Recuerda a menudo esos días en los que repetiste cientos de veces en la cabeza ese hecho tan vergonzoso que parecía no terminar nunca y que hoy se ha convertido en anécdota. Acepta que metes la pata a menudo y reconcíliate contigo mismo.

Si nosotros nos reímos de nosotros mismos, nos adjudicamos un superpoder de manejar nuestras vidas con más calma y enfrentar la realidad más liviana y nos ahorramos malos ratos por expectativas ajenas. Reírnos de nosotros mismos es querernos sin medida y sin reparo, es juzgarnos para mejorar sin condicionarnos a perfectos irreales, es olvidarnos de que los moldes son solo para las tortas y que de cada error sales preparado para no repetir nunca más lo vivido.

Lo dijo Freud: “El humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del individuo”. Ríanse fuerte, adáptense y aprendan, siempre. (O)