En próximos cursos de negociación de conflictos no podrá faltar el análisis del proceso seguido para terminar con el paro de la Conaie. Será un caso ideal para ilustrar lo que sucede cuando uno de los interlocutores se considera rehén del otro y le entrega no solamente el rescate que pide, sino que le da argumentos adicionales para que incremente la extorsión. El curso podría tener uno de esos títulos cursis que tanto gustan en esos ámbitos, como “No te entregues en dieciocho días si puedes hacerlo en uno”. El objetivo sería demostrar que los costos son sustancialmente más altos cuando el sujeto no comprende la situación en que está envuelto y sin embargo la prolonga. No sabe que está derrotado desde el inicio porque no identifica el problema. Lo que viene en los días siguientes son los palos de ciego que combinan concesiones ingenuas y bravatas poco creíbles. Al sentir el olor de la desesperación del rehén, el captor –o como se lo quiera llamar al que lo tiene secuestrado– se afianza en su posición y eleva sus demandas.

En esta ocasión, el Gobierno iba camino de convertirse en rehén mucho antes del inicio del paro. Comenzó con su decisión de privilegiar la estabilidad macroeconómica y olvidar o por lo menos postergar la atención a la realidad social de la pobreza y a problemas acuciantes como los que arrastran los sistemas de salud y educación. Los efectos de la pandemia y de la invasión rusa a Ucrania agudizaron esa realidad sin alterar la impavidez gubernamental. A esa indiferencia se añadió la incapacidad para entender la complejidad del tema indígena, que es visto únicamente en su dimensión económica. Incluso, cuando ya habían firmado el acuerdo-capitulación, el presidente se refirió a este como un problema de la ruralidad, obviando que su contenido etnocultural le da una dimensión que abarca aspectos constitutivos del Estado nacional. Sería preocupante que se mantuviera esa visión restringida que, como se vio en estos días, alimenta a la bomba de tiempo que se configura por las condiciones estructurales.

Obviamente, lo dicho no exime de responsabilidad a quien rompió la tradición democrática del movimiento indígena y la sustituyó por la violencia y la desestabilización. La justificación basada en los supuestos infiltrados contradice sus palabras plasmadas en negro sobre blanco en el libro Estallido, hace incomprensible su pedido de impunidad para los violentos y desmiente sus llamados a tumbar al Gobierno. Es probable que su condición de ganador de este round le dé más impulso para mantener esa línea, pero a la larga perjudicará a los objetivos de su organización y en general de los pueblos indígenas. El rebrote de expresiones racistas, surgidas como reacción a esas acciones, es una muestra de lo que puede venir. Por otra parte, pronto comprobará que el rescate obtenido para liberar al rehén no tiene los efectos que él ofreció a quienes lo siguieron. Comenzará comprobando que la rebaja de los precios de los combustibles no frenará las alzas de otros productos y volverá a la protesta violenta.

El cursillo de negociación deberá considerar que hubo otros rehenes, más importantes que el Gobierno y sus desnortados integrantes. Fueron la enorme mayoría de la población y el Estado nacional.

El rescate no alcanzó para ellos. (O)