La relación tragicómica del ser humano con las reglas de los sistemas por él mismo concebidos se manifiesta de distintas formas en diversas culturas. Así, mientras los alemanes son viciosamente adeptos a seguirlas al pie de la letra, el deporte nacional ecuatoriano consiste en inventar 1.001 maneras de saltárselas. Si de la India antigua surgió un libro de posturas creativas para el placer sexual, los latinoamericanos podríamos escribir todo un kamasutra de engaños para evadir la ley.

...por más cómico que parezca, toda tierra de sapos termina por convertirse en pantano.

De visita en Ecuador, mi tía me agasaja con aplanchados, helado de mora e historias de amigos y parientes coimando a policías en las calles y carreteras de nuestro lindo Ecuador. La prima Mari, a falta de dinero en efectivo, ofreció al agente de la ley ir juntos a una tienda que había en la esquina y comprarle (con tarjeta de crédito) un edredón, a lo cual el funcionario público dignamente se negó aduciendo que sería imposible transportar semejante bulto en su motocicleta sin resultar ridículo y sospechoso.

Para reciprocar la buena historia, que me hizo reír hasta salirme mora por las narices, le compartí a mi vez una anécdota alemana: una clienta pide helado de vainilla con fresas y salsa de chocolate, a lo cual la mesera responde que eso es imposible, puesto que el helado se sirve con fresas o chocolate, y de ninguna manera se pueden poner ambos. Aclara que el sistema automatizado de facturación solo permite presionar una u otra opción, y no ambas. La clienta (extranjera) imagina que la mesera está bromeando y espera pacientemente a que termine el mal chiste. Cuando esto no sucede, ofrece una solución: pagar extra por el ingrediente adicional, sin incluirlo en la factura. La mesera empalidece ante la perspectiva de incurrir en una acción ilícita de tales dimensiones e insiste en que, “si hace una excepción a la regla esta vez, lo tendrá que hacer siempre, para todos” (frase repetida por los alemanes con tanta frecuencia y fervor que debería formar parte de su himno nacional). Finalmente, la clienta abandona el local, sin helado ni fresas ni chocolate. Pero esta inocua inflexibilidad tiene también una cara grave y trágica. Cuando, por dar un ejemplo conocido, las leyes dictaban que los judíos no tenían derecho ni a sentarse en una banca de parque, y más tarde ni a la vida, tanta gente las siguió sin cuestionárselas o lavándose la conciencia en la trampa de creer que acatar una ley nos exime de la responsabilidad individual de nuestras acciones.

Nos pusimos lúgubres, mi tía y yo, pensando en estas cosas, así que intentó alegrarme con una última historia: una vecina (encantadora y ocurrida) fue detenida por exceso de velocidad, pero convenció al policía de acompañarla al concierto en la escuela de su hijo, adonde iba tan apurada. Harto de las voces angelicales de los niños, el agente del orden decidió que era mejor irse a medio concierto con las manos vacías y renunciar, por esta vez, a su “premio” por perdonar la multa. La anécdota nos arrancó una nueva risa, pero algo se nos quedó atorado en la garganta, una angustia, la conciencia quizá de que, por más cómico que parezca, toda tierra de sapos termina por convertirse en pantano. (O)