Hoy se celebra el Día Internacional de la Educación, un ámbito que ha trastocado la vida de familias, niños, niñas y jóvenes del mundo. Nadie ha quedado ajeno al impacto del cierre de escuelas y colegios, a la dificultad de mantener clases on line y al desgaste emocional que han vivido los estudiantes. Requerimos pensar en lo urgente, pero también en lo importante. No podemos volver a clases como si esta crisis no hubiera revelado las grietas de la educación actual. No podemos seguir educando en escuelas del siglo XIX, con profesores del siglo XX, a estudiantes que viven en el siglo XXI.

Lo inmediato, por un lado, es volver a clases presenciales. Mantener escuelas cerradas, como en el caso de Ecuador, expande la verdadera pandemia, que es la de la desigualdad. Situación gravísima si pensamos que luego de los cierres, 2 de cada 3 estudiantes no serán capaces de leer ni comprender un texto adecuado a su edad. Por otro lado, es más que conocida la relación proporcional entre años de escolarización e ingresos futuros. Cada día que pasa es una forma perversa de hipotecar el futuro de los niños y jóvenes. A esto se suma el aumento de la deserción. Además, los cuidadores (principalmente mujeres) tampoco pueden volver a trabajar. Según Cepal, las mujeres de América Latina perdieron una década de avances en materia laboral.

Sin embargo, no podemos olvidar que este partido se gana en la cancha de lo importante. La recuperación va de la mano de la transformación. Necesitamos renovar sustancialmente el “qué” y “cómo” aprender. Por ejemplo, poner foco en “aprender a aprender” y pensar. Vivimos un mundo de información abundante, líquida y altamente poderosa. Poder conocer en profundidad, corroborar datos, analizar, se vuelven habilidades críticas, para evitar niños robots que memorizan como máquinas de segunda categoría, sino seres humanos capaces de crear valor, conciencia y transformaciones tanto individuales como colectivas.

También necesitamos redoblar el acceso a la tecnología educativa. Sería un error quedarnos solo con el trauma de la falta de conectividad. No podemos olvidarnos de que el mundo actual es altamente conectado, que si no desarrollamos habilidades digitales en los más jóvenes, los estamos dejando fuera del futuro del trabajo y el desarrollo. Mientras unos pocos disfrutan del metaverso, los iPads y las conexiones 5G, la mayoría solo accede a una conexión intermitente. Requerimos políticas de conectividad robustas, mejorar el equipamiento digital y la preparación de los profesores en habilidades y herramientas digitales.

Finalmente, este es el momento de reimaginar y revolucionar la pedagogía. No podemos volver a lo mismo, debemos avanzar con fuerza, en mejorar la educación presencial y remota mediada por tecnología (educación híbrida), adaptando los currículos (qué) y las pedagogías (cómo). Tenemos que impulsar una educación más creativa, constructiva, colaborativa y en equipo, incorporando a los profesores como protagonistas, fortaleciendo los intercambios de prácticas efectivas, las mentorías, las redes y pasar de la competencia a la colaboración. Porque el cambio ya llegó y demanda ser acelerado conjuntamente. (O)