Quito es un territorio de acción e inacción política. Desde su estatus como Distrito Metropolitano fortalece la descentralización y la autonomía de una democracia política urbana rica en pluralismo, pero muy pobre en gestión de lo público. Fundada hace 488 años, la capital se encuentra en el mayor desgobierno de su historia reflejado en el deterioro progresivo de la calidad de vida de sus ciudadanos.

Un deterioro político, donde la gobernabilidad adolece de falta de capacidad para gobernar el suelo urbano, secuestrado por la política clientelista de la que se derivan regulaciones urbanas que responden a intereses particulares más que a intereses ciudadanos. Ante la falta de representatividad, la corrupción y el abuso institucional, la sociedad civil ha caído en un “ostracismo” político, un auténtico destierro de su propio territorio, que pierde el poder de su soberanía popular. Acción clientelar, inacción ciudadana.

Un deterioro urbano, que refleja la pasiva y silenciosa transición de la ciudad hacia la obsolescencia. Sí, Quito se hace obsoleta, y si por estos días somos testigos de intensos arreglos viales, necesarios y urgentes, resultan soluciones caóticas y recursivas que responden más a la presión de los tiempos electorales que a un desarrollo metropolitano sostenible. La ciudad pierde estructura y funcionalidad urbana, acelerando su fragmentación y ruptura patrimonial. Una degradación de los espacios públicos que se evidencian en la pérdida constante de la calidad de vida de sus habitantes. Acción electoral, inacción civil.

Un deterioro social que acelera la desintegración de la ciudad como proyecto colectivo con valor público. Sí, Quito está polarizada; la interacción ciudadana tiene dos posiciones: o es ofensiva o es defensiva; la tensión social está definida por la desigualdad, la exclusión y la vulnerabilidad. El valor social y humano del barrio y de la calle es sustituido por el precio individual de la sobrevivencia y la indiferencia. La ciudadanía ha perdido el sentido de la confraternidad, entendida como soporte y fuerza real para resolver las necesidades que apremian a los ciudadanos: seguridad pública, infraestructura digna y servicios urbanos de calidad. Acción política polarizadora, inacción social colaborativa.

Quito necesita una gobernanza urbana democrática y participativa, que se diferencie por ser un modelo de ciudad integradora, que produzca una clara ruptura con la política clientelar, electoralista y polarizadora. Una ciudad donde se entienda la responsabilidad que exige ser capital de la República, una ciudad que conecte la democracia urbana con la democracia institucional del Estado, a través de un servicio público eficaz, ágil y transparente al servicio de sus ciudadanos, al servicio de la nación.

Este año, la celebración de la fundación de Quito, el 6 de diciembre, coincide también con los 200 años de la batalla del Pichincha, del 24 de mayo, hitos históricos que engrandecen a la capital de la República y Distrito Metropolitano; hitos que reclaman a la ciudadanía determinación y valentía democrática en las siguientes elecciones seccionales. (O)