Un análisis de lo que hemos vivido en estas elecciones y de lo que conviene hacer en la fase posterior a la elección debe empezar por la primera vuelta, para luego pasar a su conclusión, en la segunda. En la primera vuelta, el ahora presidente electo triunfó en el Ecuador continental en una sola provincia, la de Pichincha. También se impuso en el territorio insular de Galápagos, hermoso pero poco habitado. ¿Qué pasó en Quito? Pues que la ciudad capital sufrió el abuso de un partido político, que por falta de costumbre en el mando, violentó las leyes, que fueron solo el reflejo de la voluntad arbitraria de su jefe. Dice Montesquieu, en El espíritu de las leyes, que más grave que la tiranía de un solo hombre es la de muchos, la de los esbirros, los segundones. Siguiendo el ejemplo de su líder, todos sus acólitos se convirtieron en tiranuelos que se enriquecían a ojos vista, sin pudor alguno. Quito pudo ver cómo el presidente de la República descendía del auto presidencial y, rodeado de sus guardias, sacudía a un estudiante, Luis Calderón, menor de edad, que le había hecho una mala señal, y ordenaba que lo llevaran detenido ante los jueces. La burocracia quiteña observaba el ‘saetismo’, la velocidad, con que se tramitaban los contratos dispuestos por el círculo de poder; vio cómo clausuraron los departamentos de control de Contraloría, y mil cosas más en la administración pública. La votación que tuvo Lasso en Quito fue, en gran medida, producto del deseo de que no volviera esa pandilla que afrentó a Quito, la incendió en octubre. Sería un error creer que Quito, por esta reacción contra el correísmo, se ha tornado derechista, cuando alberga importantes fuerzas de centroizquierda. En segunda vuelta, la generalidad de las provincias de la Sierra y del Oriente siguió el ejemplo de Quito. He conocido, con inmensa satisfacción, que aunque Arauz triunfó en las cinco provincias del Litoral, no lo hizo en Guayaquil.

Como manifestaba, hace ocho días, el principal problema del candidato Lasso, si triunfaba, era el de contar con un muy modesto número de legisladores. Por eso, debería tratar de formar alianzas con los bloques de Pachakutik e Izquierda Democrática alrededor de un programa de interés nacional y así enfrentar el bloque mayoritario, el correísta. Difícil tejido que, como el de Penélope, puede deshacerse diariamente. Si eso no funcionara, cuenta con el recurso extremo de disolver la Asamblea, mediante la figura de la muerte cruzada.

El presidente electo anunció que convocaría a una consulta popular para suprimir el Consejo de Participación, sobre el que ya hubo una consulta. Esto es necesario para nombrar a los titulares de los organismos de control: Contraloría, Procuraduría, Superintendencias, etcétera. Pero sería más eficaz, simple, convocar un plebiscito para derogar la Constitución de Montecristi y declarar vigente la Constitución anterior, la de 1998, como propone el doctor Simón Espinosa Cordero. Nos libraríamos del instrumento de opresión del correísmo, redactado, para nuestra vergüenza, por los asesores del anarquista partido español Podemos, enviados por Chávez, padre político de Correa. No quedaría ni huella del correísmo. (O)