Inevitablemente y para buena parte de la humanidad, la agresión de Rusia a Ucrania decretada por Vladímir Putin recuerda la invasión de Alemania a Polonia decidida por Adolfo Hitler al comienzo de la Segunda Guerra Mundial. La acción del Ejército ruso, irreversible, histórica y no sin consecuencias, ilustra nuestra condición humana fallida, impulsada por una compulsión de repetición periódica que, por restaurar el imperio original, se hunde en un proceso de autodestrucción que producirá una regresión incalculable a todo el planeta y especialmente a las regiones afectadas. El supuesto “nuevo orden mundial” es una reedición del viejo, con nuevas armas y mayor letalidad, porque no supimos convivir con las diferencias, respetarlas y aprender de ellas. La presente guerra tiene antecedentes que insistimos en ignorar, en medio de la pandemia.

En lo inmediato, la película Donbass (2018), del director ucraniano Serguéi Loznitsa, retrata en trece episodios dramáticos, violentos o ridículos, y aparentemente inconexos, el nivel de regresión al que todo país puede volver por efecto de una guerra: la que libraron entre 2013 y 2014 los soldados ucranianos contra los rebeldes separatistas prorrusos secretamente apoyados por el Ejército ruso en el Dombás, al este de Ucrania y en la frontera con Rusia. El motivo fue la proclamación de la República Popular de Donetsk, independiente de Ucrania, y el efecto fue la autonomía de esa región y de la vecina República Popular de Lugansk. La añoranza y el afán de recuperación de la “nueva Rusia”, esa región del oriente de Ucrania, que formaba parte del Imperio desde la época de los zares, está presente en un episodio de la película.

Por otro lado, esta guerra nos recuerda que los países pequeños somos peones en aquella partida de ajedrez que todo el tiempo juegan y repiten los más poderosos del mundo, que eran dos y ahora son tres. Peones sacrificables que se debaten en conflictos intestinales y canibalísticos, porque la intolerancia de lo diferente es universal y nos pone a elegir Gobiernos e intentar tumbarlos para restaurar el “nuevoviejo orden nacional”. La corrupción imperante y la degradación vital de los más vulnerables que Loznitsa retrata en su película se repiten por la guerra interna, social, económica y política no declarada que viven los países como el Ecuador. Hay que ver Donbass: nuestro retrato en algunos personajes y circunstancias.

¿Y luego quién sigue? ¿Estonia, Lituania y Letonia? ¿Qué hará “el Occidente” frente a la guerra de Putin? Las declaraciones solemnes, humanitarias y de oficio de la ONU apenas le arrancarán una sonrisa al nuevo zar. Las sanciones económicas no le arredran y puede afrontarlas, porque se ha preparado desde hace veinte años para todo esto. La potencial elevación del precio del petróleo producirá una satisfacción idiota en aquellos que pretenden vivir de eso.

En todo caso, no olvidemos que setecientos jóvenes ecuatorianos que cursan estudios universitarios en Ucrania están atrapados y su vida corre peligro. Y preparémonos para las consecuencias de esta guerra que podría extenderse en el tiempo y en otros frentes de batalla. (O)