Frente a la grave situación de inseguridad, falta de empleo y desconfianza que vive el país, desde hace rato, no nos atrevemos a hacer ninguna propuesta o a dar una idea; como al socaire, nos preguntamos: “¿Qué hacemos?”. Eso repetimos en las tertulias familiares, de amigos, en grupos de reflexión y de análisis político; damos nuestras opiniones, pero no llegamos a nada; somos buenos para opinar de lo que sabemos y de lo que no sabemos, para utilizar las redes sociales y para repetir; muchas veces sin contrastar ni verificar lo que leemos, sea verdad o no.

No hay liderazgo. Los partidos políticos son, simplemente, maquinarias electoreras que se ponen a punto para las próximas elecciones; su respectivo dueño decide quiénes deben ser los postulantes, dependiendo de la simpatía del dueño del partido y la capacidad real del posible candidato para atraer los votos, no importa que sea artista o deportista, que no tenga formación política o intelectual, ética y moral; si tiene dinero, mejor.

Dirigiéndose al Ejecutivo, Francisco Huerta hace un llamado categórico: “Presidente Lasso: tome partido. Escúchese a usted mismo. Piense en el juicio de la historia. Retorne al espíritu de la segunda vuelta. Herédeles a sus hijos un mejor legado que un banco. Déjenos a todos un mejor país, de progreso y libertades. Es lo que esperamos muchos ciudadanos”.

Del Legislativo, se considera que esta Asamblea, salvo excepciones, es la más mediocre, al menos, del periodo democrático. Nunca un Congreso o Asamblea ha tenido la simpatía popular, pero de esta Asamblea se tiene la peor opinión por su manifiesta incapacidad; ha hecho todos los méritos para que la ciudadanía la rechace.

A la Función Judicial, los Gobiernos siempre han querido cooptarla, pero el de Correa fue el más descarado: en aquel entonces, los jueces, aterrorizados, cumplían fielmente lo que Correa ordenaba, a través de Alexis Mera, seguro de contar con absoluta impunidad; incluso daba órdenes por escrito a los jueces para que se inhibieran de dar sentencias que vayan en contra del Gobierno. Por desgracia, esta función del Estado ha heredado esas taras y está en deuda con su pueblo; tendrá que hacer un gran esfuerzo para volver a ser confiable.

Las organizaciones y gremios de trabajadores, de estudiantes, de los poderosos sindicatos de educadores, de la burocracia o del transporte, etcétera, muchos están anclados en el pasado, no ayudan a encontrar soluciones para avanzar como país. Es importante exigir a los Gobiernos que cumplan con sus responsabilidades, al menos, las que ofrecieron en las campañas electorales, pero también es importante cumplir con nuestras obligaciones como ciudadanos.

Debilitada nuestra institucionalidad, la corrupción es cada día más descarada; se dan modos para seguir delinquiendo. Estos corruptos no tienen un ápice de sensibilidad, no les importa que el país se esté cayendo a pedazos. Los indígenas están dirigidos por la corriente más radical; su líder sueña con la dictadura indoamericana.

Frente a este panorama, de inseguridad, de incertidumbre y malos presagios, los ciudadanos debemos preguntamos: “¿En qué aportamos?”. (O)