Fue tal el miedo que sentí el día que la tía Gloria se murió que ni verla revivir me devolvió la tranquilidad. Papá y yo caminábamos por una calle de la ciudad chica cuando un carro blanco paró de golpe, un hombre cayó de rodillas sobre las lustrosas piedras del viejo adoquín de la calle. Tenía las manos juntas y con la mirada al cielo rogaba a gritos: ¡La Yoyita, la Yoyita, se me murió la Yoyita! Era el tío Miguel. Estaba descompuesto. Papá y yo subimos a aquel auto y fuimos a la Brasilia, la quinta cercana a Salcedo donde el tío pasaba los fines de semana, él y su familia vivían en Quito.

La tía Gilda sostenía un espejo debajo de la quijada de la muerta que yacía en una enorme cama, en un enorme cuarto oscuro, con los postigos de las ventanas entrecerrados. Un rayo había matado a la tía, y cuando papá se acercó a auscultarla cayó otro rayo seco y ruidoso que nos iluminó por dentro y por fuera. Ella abrió los ojos desorbitados, muertos, llorosos y resucitó. Yo lo vi, pero no lo creí.

¡Ay! las despedidas, pienso

Papá era un tipo creyente. Creía en Dios, en los ángeles, creía en la gente, creía en la posibilidad de un cambio, estaba seguro de que algún día viviríamos en un país justo. Y así nos crio, inculcándonos sus creencias. Durante algún tiempo todos creímos, pero poco a poco la vida nos ha ido contando la verdad. Como dice Fernando Aramburu: “Los ángeles, mientras tanto, emigraron lejos, a otras infancias, y Dios murió como mueren todos los abuelos entre dos crepúsculos”.

Ojalá caiga un rayo que nos resucite y nos salve de esta crisis moral, un rayo que nos devuelva la sonrisa, el abrazo, la vida.

Cada vez nos sobran más dedos para contar a los amigos y a la gente en quien confiar; y, la posibilidad de un cambio, de una justicia duradera, de una sociedad sana, ya la perdimos hace tiempo. Ya nos robaron hasta la esperanza.

A sangre fría

Nos levantamos a diario sin fe, sin gota de fe. ¡Qué feo es dejar de creer! Perder la confianza en las personas, en las instituciones, en la gente, equivale a tener un pequeño infierno metido en el pecho. Un infierno que nos deja vacíos y engulle nuestras ilusiones y nuestra tranquilidad.

Ahora la pregunta es ¿cómo volver a creer? Si los políticos de todas las tendencias nos mienten de frente, si vemos a diario su doble moral, si el cinismo los ha hecho su presa y pasean su sinvergüencería sin problema, viéndonos a los ojos.

¿Es suficiente creer en las supuestas “buenas intenciones” de un presidente al que vemos dar palos de ciego, decir y contradecir, poner plazos y ampliarlos, poner denuncias y retirarlas, anunciar un castigo y perdonar? ¿Es posible creer en las promesas de cambio de los políticos? Debería serlo, pero ¡les hemos perdido la fe! y es ese justamente el infierno, el vacío enorme con el que nos despertamos, es esa la angustia que no nos deja vivir en paz.

¿Cómo recuperar la fe perdida en unos poderes Legislativo y Judicial que nos asquean, cómo? Si la sensación de que todo lo que dicen es mentira, está allí, si todas sus palabras y acciones la confirman. Si su falta de escrúpulos, de tino, de vergüenza aparece en cada uno de sus actos.

Ojalá caiga un rayo que nos resucite y nos salve de esta crisis moral, un rayo que nos devuelva la sonrisa, el abrazo, la vida. (O)