La guerra desatada en Eurasia, por la invasión rusa a Ucrania, dejará nuevas enseñanzas sobre la importancia estratégica que tiene la información y la comunicación en los Estados. Me refiero concretamente a la necesidad de establecer formas de trabajo entre el Estado, la sociedad civil y los medios de comunicación para hacer frente a la desinformación y la propaganda belicistas.

Si bien, a lo largo de la historia, ambas (desinformación y propaganda) han sido utilizadas como armas para mantener en alto la moral de sus ejércitos, destrozar la de sus rivales, posicionar su discurso ante la comunidad internacional o conseguir apoyo dentro de la sociedad civil, en épocas de redes sociales hay otros dos elementos que entran con más fuerza y que son igual de peligrosos, por sus consecuencias a corto, mediano y largo plazos: los discursos de odio y la polarización.

Dada la viralización o la rapidez con la que se puede enviar un mensaje con clara intencionalidad política, los usuarios de esas redes quedan en una suerte de indefensión. ¿Cómo pueden saber si lo que están escuchando, leyendo o viendo es verdad?, ¿cuánto miedo se está generando?, ¿cómo saber qué es verdad y qué es mentira?, ¿cómo evitar esa infoxicación?

Si bien desde los países occidentales se han tomado medidas que incluyen control en los contenidos que se generan particularmente desde Rusia en las redes sociales, esto no parece ser suficiente.

Meta (empresa que agrupa a redes como Facebook, Instagram y WhatsApp), por ejemplo, revisó, la semana pasada, su postura inicial y anunció que decidió hacer concesiones a las formas de expresión política que, “por lo general, violarían nuestras reglas, como los discursos violentos como ‘muerte a los invasores rusos’”.

TikTok, red por excelencia de los jóvenes, en donde los influencers son quienes llevan la batuta de lo que se dice y hace, es hoy más que nunca el espacio en el que se informan millones; y, de acuerdo con los contenidos revisados por medios, como El País de España, cada vez es más delgada la línea con la desinformación.

Si la tendencia sigue así, ¿cuál será el debate público que habrá alrededor de este tema? La opinión pública es vital en un Estado democrático, porque permite no solo el intercambio de opiniones diversas y plurales, sino que ayuda a construir el relato y la historia de los países.

Si este relato carece de contenido, entonces tendremos pobladores que no saben lo que pasa en sus países, que no pueden exigir ni mejorar la democracia, la calidad de sus representantes…

Es por eso por lo que ante esta realidad no solo la prensa debe seguir garantizando información contrastada y verificada —que es el corazón del periodismo—, sino que se deben buscar caminos para que no se desborden por esas redes contenidos que llevan a una mayor polarización y odio. Eso requiere de una política pública, de un debate amplio sobre la libertad de expresión en ellas, sobre la responsabilidad de lo que se publica en esos espacios, estrategias de control de la desinformación, entre otros. (O)