Buscamos sentidos en las acciones que realizamos. Las ciudadanías críticas evalúan sus prácticas cotidianas y analizan la finalidad de los caminos que van trazando. En al menos una ocasión, quienes tenemos experiencia docente hemos oído un “¿para qué me servirá esto?”. Y ante la pregunta, el docente tratará de buscar argumentos convincentes que logren satisfacer las exigencias del alumno cuestionador. Sabemos que los contenidos curriculares buscan formar al estudiante competente y capaz de afrontar los desafíos del futuro inmediato. Cada establecimiento educativo delimita sus horizontes, ya sea a través de modelos de excelencia o de parámetros impuestos por las demandas del mercado laboral, que sirven para orientar un perfil de salida. Luego de atravesar dos años de pandemia, cuando la educación debió adaptarse a nuevas modalidades de enseñanza y de flexibilización de contenidos, vale la pena detenerse y mirar la escuela como un ancla fundamental en el desarrollo del individuo.

Sin duda, la educación en pandemia se vivió entre la incertidumbre y las limitaciones. Se volvió necesario fortalecer los vínculos humanos y las redes de apoyo. Padres de familia, profesores y alumnos construyeron nuevas formas de lidiar con los retos de la educación virtual. Muchas de esas lecciones deben ponerse en práctica y evitar el regreso a las viejas formas escolares. El aprendizaje debe adaptarse a las necesidades de los contextos inmediatos. Solo basta levantar un poco la mirada para darnos cuenta de que lo necesario es la formación de seres sensibles, empáticos y solidarios con los demás. Indispensable es orientar a alumnos para que destinen el rumbo de sus vidas más allá de la calificación y competitividad.

¿Cómo enseñamos a gestionar las emociones en un mundo que se vuelve cada vez más difícil de lidiar? Podríamos intentar un giro y definitivamente convencernos de que las aulas no pueden ser como antes. Deben ser espacios donde la realidad cotidiana se vuelva imprescindible, donde los afectos y la formación humana sean esenciales para enfrentar los requerimientos del presente. Que asistir a la escuela se convierta en una experiencia de transformación constante. Que se aprenda a valorar lo sensible, lo duradero y lo esencial, hoy afectados por la dominante banalidad que cultivan las redes sociales, tan atractivas y, al mismo tiempo, tan simuladoras de esquemas de vida “ideal”.

Vivimos inmersos en la tecnología y nos favorecemos de sus beneficios. Su ayuda es clave en cada sector, pero sabemos que no lo es todo. El contacto humano es irremplazable. El diálogo y la convivencia permiten familiarizarnos con lo heterogéneo. Los escenarios educativos deben ser dinámicos y ofrecer alternativas que rompan la burbuja del aula. Urge la presencia de una escuela flexible que dé paso a la creatividad, tolerancia y autonomía. Este es un llamado a reacomodar los procesos educativos. ¿Por qué no incentivar la creación de huertos o volver a actividades manuales? Sobre todo, para incrementar la paciencia, el cuidado y la responsabilidad hacia lo más pequeño. Cada institución deberá decidir cuáles son sus prioridades con miras a una nueva educación. (O)