De la cima a la sima, en un mes. Yaku Pérez saltó durante los dos días inmediatos a la primera vuelta electoral al tope de su popularidad nacional como el potencial adalid de la causa contra el retorno del correísmo, y acaba de caer en el llano de los políticos ordinarios. Aunque su reclamo del recuento de votos es legítimo, el equívoco encuentro del candidato y su compañera con un juez del Tribunal Contencioso Electoral contradice todo lo que Yaku había sembrado durante su campaña, en la que mantuvo un discurso valiente sin caer en la beligerancia destructiva, y planteó una propuesta clara y aparentemente honesta, aunque insuficiente en el plano de la economía, según el decir de los expertos: ¡Qué lástima y qué desperdicio!

Como dicen, Yaku se berreó, en las diversas pero convergentes acepciones del “berrearse”, tal como ellas se aceptan en el habla popular: revelar un secreto, ponerse en evidencia, desgastarse por ello y perder prestigio y credibilidad. Pensar que durante 24 horas muchos blanco-mestizos ecuatorianos lo erigieron como “la gran esperanza blanca” contra el regreso de Rafael Correa al poder es algo que cuestiona los fundamentos de la lógica electoral de los ecuatorianos. Porque si en una época votábamos a favor del candidato de nuestra preferencia, con la expectativa de que haga una buena administración en beneficio de todos, hoy las cosas han cambiado. Ahora se trata de votar “en contra de”: Correa, Lasso, los ricos, los blancos, los indios, los curuchupas, los comunistas, los capitalistas...

El voto “en contra de” sugiere que no tenemos esperanza de bienestar y progreso. Que nos acostumbramos a la pobreza y a la caridad del Estado. Que nos contentamos con no acabar como Venezuela. Que, en ausencia del mesías anunciado, no esperamos nada bueno de nuestra clase política corrupta y mentirosa. Que nos contentamos con “el menos peor” y agradecemos por ello. Que nos resignamos a vivir en esta “pendejada de país”, parafraseando al profesor de Farmacología de mi Facultad de Medicina. Que no podemos hacer nada para modificar nuestra situación, porque el “voto a favor” ya no tiene valor ni eficacia. Que miramos, impotentes, cómo todo un Consejo Nacional Electoral autoriza la solapada compra de votos “a mil dólares” como un recurso legítimo de campaña. Que nos creemos en manos de la perversión constitucionalmente autorizada.

Haber tenido un “futuro presidente por dos días” indica la frivolidad inconsistente de nuestra cultura política. Casi tanto como haber tenido a otro por diez años… o más. Son los dos extremos de la misma y casquivana lógica electoral de los ecuatorianos: el voto novelero y el supuesto voto duro que no aprende nada de la experiencia. No es culpa del chancho sino de quien lo engorda, dicen. Suponiendo que alguna vez fue mejor, esto escenifica el deterioro de la política ecuatoriana, del que los ciudadanos somos responsables, por nuestra “bella indiferencia” a lo Hegel o Lacan, nuestra aplasia de análisis y debate, nuestra incapacidad para asumirnos concernidos por lo que causará nuestro destino, y nuestra espera victimizada de soluciones mágicas sin sacrificio ni esfuerzo. (O)