Sin duda duele lo que ocurre en el Ecuador. Los hechos del viernes 12 de noviembre por la noche en la Penitenciaría del Litoral son terribles, abominables. No alcanzo a imaginar las horas, los minutos y los segundos de terror que debieron sentir los reclusos que no tienen que ver con las bandas inmersas en esa guerra.

Sí, vuelvo a usar la palabra guerra, porque eso es lo que ocurre ahí adentro. Y de alguna manera es lo que pasa por fuera, en ciertas ciudades, donde la alternativa para algunas personas es sumarse a esos grupos y alimentar el número de gente dispuesta a matar y a morir.

Socialmente el país, una vez más, queda asolado, atemorizado, preguntándose qué vamos a hacer, cómo salimos de esta. Las respuestas no son sencillas y tampoco van a ser del agrado de todos, porque es un tema que se puede utilizar políticamente, solo es cuestión de lo que se quiera decir al respecto. Y por eso es que se debe prestar atención a otro tema clave: el contenido informativo.

Si de por sí en las redes sociales y en los sistemas de mensajería instantánea se comparte cualquier cosa, sin tomarse la molestia de averiguar si es verdad o mentira, al Gobierno, a la clase política y a la prensa le corresponde ayudar a bajar la tensión y empezar a centrar este debate.

Afortunadamente tenemos la experiencia de los periodistas de Colombia y México, que nos llevan décadas de práctica en coberturas sobre el narcotráfico, la criminalidad, la violencia y el dolor.

Sabemos que habrá que debatir, como lo hicieron ellos y sin renunciar a contar lo que ocurría, cómo contar este nuevo Ecuador en el que uno de los elementos es esa violencia, esa locura del narcotráfico, de la criminalidad, de la corrupción, pero que también tiene gente de bien, optimista, que trabaja honestamente, que aporta diariamente, con rincones hermosos y de ensueño, con una gastronomía de lujo, con gente que todavía sonríe, con jóvenes y niños con ilusiones. El Gobierno y la clase política deberán aportar en esta narrativa con declaraciones que se conviertan en acciones que den respuestas y soluciones. Con medidas efectivas de atención a ese país olvidado y relegado, que necesita al menos sentir la tranquilidad de que sus hijos, sus padres, sus familiares y ellos mismos regresarán sanos y salvos a sus hogares.

No renunciar al resto del país es clave. La violencia es solo una cara, pero no la única y es lo que no podemos ni debemos olvidar, para que el miedo no nos paralice.

También tendremos que hablar sobre qué haremos con las redes sociales y la mal entendida libertad de expresión que se ha generado alrededor de ellas, para justificar la peligrosa y dañina desinformación.

Habrá que trazar un camino para educarnos y saber cuándo ponerles un alto a esos múltiples contenidos a los que nos exponemos cuando registramos nuestros nombres en una red social, para que no sean la pesadilla de muchos jóvenes, niños y padres, que ven cómo les consumen el tiempo, les destrozan su amor propio, los confunden, los sumergen en mundos en los que ni siquiera quieren estar. La tarea pendiente es titánica y no podemos postergarla más. (O)