Una silla de ruedas incendiándose: la horrenda imagen circuló por las redes sociales en la campaña de elecciones presidenciales del 2017. A partir del 24 de mayo de ese año, quienes promovieron, difundieron y festejaron el mensaje, acudieron presurosos a apagar el fuego y a empujar la silla, cuyo ocupante había trabajado como vicepresidente de la República impulsando con fervor un generoso programa a favor de los discapacitados, mostrando un talante pacífico, en contraste con su binomio. Es que ahora el antecesor, para el sucesor, ya era el demonio, no como había proclamado: “Uno de los mejores hombres que ha tenido la patria, si no el mejor”.

¿En qué momento esta persona se acostó con una cara y amaneció con otra? Cuando en su sueño unos duendes oscuros se le aparecieron: “Sabemos que eres de los nuestros, puedes pasar a nuestra historia y otras ventajas”. Y él, que no era de ellos, pero se sintió honrado con ser el Caballo de Troya, llevó un Gobierno con un plan diferente al que había firmado, declarando pronto que estaba comenzando a odiar a sus votantes. La propaganda decía que se trataba de borrar el pasado inmediato de autoritarismo y corrupción, que ciertamente lo hubo. Sin embargo, ¿por qué permaneció callado más de seis años siendo el oficial de la popa? El objetivo real no era corregir y castigar esas lacras, sino suprimir los avances producidos en la década, cuanto más que sus auspiciadores formaron parte de Gobiernos despóticos y corruptos precedentes. Ya no deberían volver a afectarse sus intereses mezquinos. Aún más, grandes abusos de los fondos públicos ocurrieron en el régimen del personaje.

Todo comenzó con una consulta popular amañada, convocada inconstitucionalmente, que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos reprochó. El Consejo de Participación Ciudadana y Control Social de bolsillo del nuevo poder político, que sustituyó a otro de bolsillo, rompiendo la Constitución, se deshizo de los funcionarios molestos. Se usó a un contralor, ahora descubierto por sus uñas largas, para perseguir políticamente. Y a los jueces, como ocurrió en el período del antecesor. Nueva institucionalidad: la única ética política válida es la que sirve al poder.

En connivencia con la Asamblea Nacional, Gregorio Samsa perdonó deudas tributarias a grandes empresas. Se entregó al FMI del que antes renegó y, acatando una de sus condiciones, eliminó el subsidio a ciertos combustibles, provocando una protesta popular que se saldó con inusitada represión y una promesa incumplida. Sirviendo a la potencia del norte, cambió su declaración de no injerencia en los asuntos internos de Venezuela, se apartó de Unasur, útil instrumento de integración regional, y en el colmo de la infamia, dejó desprotegido a Julian Assange, que podrá ser ejecutado o encarcelado perpetuamente. Manejó desastrosamente la crisis sanitaria, sin los recursos económicos y humanos que antes quitó. Y rebajó el presupuesto educativo.

El mandatario saldrá por la puerta de atrás, camino al último círculo de Dante. Con el presidente electo el neoliberalismo continuará, ya no por encargo; mas es por ahora la voz del pueblo y hay que respetarla. Permanecerá altiva. (O)