En Quito y Guayaquil hay una explosión demográfica de candidatos a alcalde. Calificación más, descalificación menos, sendas docenas en cada urbe. Sin embargo, el parecido se reduce al número, pues representan a distintas realidades. En Guayaquil se puede decir que hay un candidato y medio, rodeados de unas diez microcandidaturas. Esto significa que hay una candidata con fuertes posibilidades de ganar las elecciones, el que le sigue está en desventajada posición en las mediciones, pero no puede ser descartado. El resto son saludos a la bandera de movimientos muy ideologizados o entusiastas seguidores de los métodos políticos de Eusebio Macías. Que haya doce candidatos no es malo, dentro de un sistema de partidos fuertes siempre debe abrirse espacio a nuevas tendencias. Un sistema bipartidista muy cerrado es perjudicial, porque los dos únicos actores terminan acercándose en todos los sentidos, dejando sin voz a quienes disienten.

Eusebio

El caso de Quito es distinto y preocupante. En Guayaquil existe una tendencia consolidada en torno al único partido sobreviviente de la debacle del cambio de siglo. Tan consolidada es que ha estado en el gobierno de la ciudad casi tres décadas. Tiene una visión y un proyecto de la ciudad, que no nos guste es otra cosa, pero lo tiene. La oposición, si quiere desbancarlos, debe proponer un plan que sea una alternativa, pero debe ser un proyecto políticamente viable, de lo contrario estamos hablando de un trabajo académico, a lo mejor brillante, pero con nula capacidad de ejecución. Eso, un proyecto de ciudad políticamente viable, no lo tiene ninguna de las agrupaciones que ahora pujan por la Alcaldía de Quito. Insisto, no estamos hablando de ensayos urbanísticos ni de iniciativas socioculturales, sino de un conjunto más bien sencillo de ideas, consensuado y creíble, que pueda convencer a la mayoría de la comunidad.

Un proyecto de ciudad políticamente viable, no lo tiene ninguna de las agrupaciones que ahora pujan por la Alcaldía de Quito.

Las tendencias que antes se manifestaban en la política capitalina ahora aparecen fraccionadas. Esto incluye al populismo, que ganó dos de las tres últimas elecciones. Si ni siquiera han podido ponerse de acuerdo entre ellos, ¿cómo podrá el ganador involucrar en un cometido grande a esta comunidad en trizas? Lo más probable es que las urnas arrojen un resultado aún más resquebrajado que hace cuatro años y sea imposible lograr una mayoría estable que permita por lo menos mantener el statu quo, ya que desarrollar nuevas estructuras luce imposible. Y esto ocurre en un momento de gravísima crisis urbana, pues la ciudad enfrenta una situación de caos, anomia, destrucción y violencia sin precedentes. El desastre de la movilidad no se aliviará con un metro que nace desfinanciado e insuficiente. Entre los costos de amortización y mantenimiento del tren subterráneo, y el gasto de mantener una obesa burocracia con más de 20.000 empleados, se consumirá prácticamente el 90 por ciento del presupuesto municipal. Por donde se mire, la ciudad se hunde y la próxima administración se limitará a ver cómo consigue completar su periodo sin que una mayoría accidental de concejales la destituya. Así aprenderemos que, en política, por docenas puede salir carísimo. (O)