Es evidente que la Unión Europea es la organización de países que en forma más estricta aplica controles de residuos tóxicos en productos alimenticios que salen de su entorno o se importan, lo que ocurre con todo rigor desde la vigencia de la norma CE-396-2005, que ordena revisiones permanentes y periódicas, siempre a cargo de la EFSA, Autoridad Europea de Seguridad, la cual edita bianualmente los resultados constatados en múltiples muestras tomadas en distintos lugares y puntos de ingreso de nutrimentos para la Comunidad, el último publicado data del 2019.

Los plaguicidas o pesticidas son sustancias químicas o biológicas que pretenden proteger cultivos y animales de plagas y enfermedades que reducen o extinguen las cosechas y productos del reino animal, con especial atención en la permanencia de vestigios dañinos a la salud humana, estableciendo límites máximos aceptables, que de rebasarse, las remesas son rechazadas antes que sean exhibidas en los sitios de expendio. La norma ha señalado con toda claridad, cuáles son los niveles de permisibilidad ajustados según análisis de laboratorio, tal es así que en el 2019 fueron vetados tres insecticidas e incluidos en una lista negra. Hace 25 años se cuantificaban 1.000 con aceptación para quedar a la fecha solo 500, siendo muy lenta su reposición como es el caso del clorpirifos de uso generalizado en América Latina, siendo verdad que era eficaz a favor de la productividad, pero debió descartarse en aras de mantener condiciones óptimas de salubridad de los exigentes consumidores europeos.

Es necesario recalcar que las evaluaciones realizadas a las frutas frescas que se importan a la Unión, según la información de los últimos años, no determinaron ninguna penalización de lotes originados en Ecuador, lo cual contradice los datos de constataciones internas de vegetales antes de salir, que prescriben elevados índices de sustancias no admitidas, pero que no superan los topes exigidos. Eliminar los pesticidas de alimentos es una tarea titánica porque se encuentran en el agua que absorben las plantas y se incorporan a su flujo viviente con pocas posibilidades de mitigarlos, peor eliminarlos.

De allí la necesidad de descascarar las frutas, aun cuando se vaya a utilizar solo su zumo y lavar bien las verduras, hacerlo con unas cuantas gotas de lejía alimentaria, que se indica también para destruir microorganismos perjudiciales, además de frotarlos cuidadosamente con cepillos cuando de productos con piel dura se tratase, como berenjena o zanahoria; respecto de las hortalizas de hojas, se aconseja emplear bicarbonato o vinagre. Desde luego, lo ideal es degustar productos ecológicos, desarrollados sin el empleo de ninguna clase de químicos, pero también recurrir a los orgánicos, menos rígidos en la selección de controladores de patologías.

Si son elementos importados, recurrir a los provenientes de países que ejercen estrictas verificaciones de inocuidad alimenticia, para el efecto es importante buscar asesoría y cubrirse de toda eventualidad, extremando la observación de procesos de trazabilidad que revelan el origen y sistemas de producción o elaboración. (O)