Dice León Tolstoi que “todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”, haciendo un retruécano podemos afirmar que los países latinoamericanos cuando aciertan lo hacen cada uno a su manera, pero ¡cómo nos parecemos en nuestras históricas metidas de pata! Así, al ver las noticias de las elecciones de la semana pasada en Colombia, me sentía inverosímilmente en el Ecuador de 2006, cuando se enfrentaron un candidato socialista del siglo XXI con un pintoresco millonario, durante la campaña ambos disfrazaron sus discursos para emitir vaporosos mensajitos de populismo reformista. Tan se parecían los dos momentos que el principal asesor del candidato ecuatoriano lo era también del colombiano. No sé si estará vigente en la plástica y tornadiza jerga popular ecuatoriana el vocablo “petro”, en el sentido de feo, barato, falsificado, soso u ordinario, en todo caso, ese asesor es un experto en candidatos “petros”.

En el paroxismo del triunfo del domingo anterior, un reportero ecuatoriano, enviado por su medio a cubrir el proceso electoral, dijo que la victoria de Petro ponía fin a “dos siglos ininterrumpidos de gobiernos de derecha conservadora”. No, compañerito, Colombia es, al igual que todos los países de América Latina, una socialdemocracia mercantilista e ineficiente. Porque para esto también nos sirve el retruécano, todo el subcontinente se parece en su indolente normalidad, salvo los países que han intentado el modelo del socialismo revolucionario, que viven en una catastrófica anormalidad. Entre las propuestas del nuevo presidente colombiano están el clásico incremento de impuestos, acabar con el seguro privado, más reforma agraria, medidas mercantilistas de fomento… lo que ha fracasado en toda América, más un estrambótico y peligroso plan de “cambiar la matriz energética” (¿sí reconocen el tono de la canción?).

Lo que más llama la atención en el currículo de Gustavo Petro es su condición de exguerrillero. Eso no es una recomendación, porque significa que en un periodo de su vida participó, directa o indirectamente, en muertes, robos y secuestros que son las actividades esenciales de un grupo guerrillero. Sin embargo, si se trae a colación el caso de Tabaré Vásquez, un exguerrillero que llegó a ser un respetado político y un aceptable presidente del Uruguay, nuevamente apelamos al retruécano, porque el proceso de la república oriental es profundamente distinto del resto de América Latina, se trata de un país con sólidas instituciones republicanas, con más de un siglo de duración, para el cual el lapso del tupamarismo y dictadura constituye una excepción superada. No es, desgraciadamente, el caso de Colombia, un país mucho más complejo, nótese que Bogotá, ciudad de la que Petro fue un mediocre alcalde, tiene el doble de población que Uruguay. Menos defendible aun es la amistad de Petro con Chávez y Maduro, dictadores de Venezuela, país con el que Colombia comparte una extensa frontera. Una amplia apertura hacia Caracas significará una provisión de oxígeno que ayudará al chavismo a permanecer en el poder indefinidamente. Dios guarde a Colombia, por tantas razones querida. (O)