La partida de Peter Mussfeldt me tiene todavía en un estado vacío que no sé cómo describir.

No me atrevería a decir que éramos amigos, pero desde hace muchos años manteníamos una relación de encuentros intermitentes, marcada por un gran afecto y respeto. Muy pocas veces nos citamos en algún lugar, siempre sucedió de manera inesperada, nos cruzamos, coincidimos y hablamos. Eso sí, siempre hablamos, nunca fueron reuniones protocolares o políticamente correctas, Peter siempre hablaba de ideas y eso lo hacía diferente.

En su momento quiero escribir algo sobre la relevancia y diversidad de su trabajo, pero hoy quiero recordarlo desde nuestras últimas conversaciones. Una en especial.

Caminando hacia las oficinas del rectorado en la Universidad Casa Grande, inevitablemente había que pasar por un pasillo angosto donde la puerta de una pequeña oficina siempre estaba abierta, y adentro, en su escritorio, estaba Peter con un lápiz en la mano.

Parte de la rutina era asomarme, saludarlo y brevemente ponernos al día en lo que estábamos cada uno, después seguía mi camino.

Pero hubo un día que fue diferente.

Peter revisaba su proyecto de 100 figuras humanas, tenía que presentarlo en algún lugar. Me senté, me explicó con esa pasión que nunca lo abandonó cómo la obra estaba pensada para invadir y perpetuar un espacio público con 100 representaciones que invitan a significar, a través de una aventura creativa, la evolución cultural desde el tiempo precolombino hasta nuestra época.

Yo escuchaba, para él nunca nada era al azar, su trabajo era profundo, limpio, transparente, pero incendiado por la convicción, por sus soles.

No sé en qué momento, Peter se volteó y sacó una serie de libretas que puso sobre la mesa. Eran los cuadernos privados a los que Leonardo Valencia se había referido en el libro de los soles. Comenzó a mostrarme y explicar la inspiración y el propósito de dibujos y bocetos que representaban una profunda reflexión sobre la condición humana, la historia, el sometimiento y el miedo, encarnados como hombres-flecha, hombres-planta, monstruos y espantapájaros.

Mussfeldt pasaba las páginas, y yo no podía sacarme de la cabeza esos espantapájaros, una colección de dibujos que buscan un enfrentamiento en contra de gobiernos del mundo que dominan a sus pueblos a través del miedo. Una protesta del hombre que quiere sentirse creativamente libre.

Todo ese encuentro, que debe haber durado varias horas, fue una suerte de revelación, esos trazos de luces y sombras, con pequeñas anotaciones en los costados, eran como el aleph de Borges, en un punto, en una hoja, se reunía todo aquello que se ha vivido.

Ese día cambió muchas cosas en mí. quedamos en trabajar algo juntos sobre el miedo, pero el tiempo nos alcanzó.

Queda mucho Peter por descubrir todavía. Como escribió Valencia: “Se ve un sol. Pero se presiente un universo”.

Querido Peter, sé que seguiremos encontrándonos por ahí a través de tu legado. Siempre agradeceré tu generosidad inmerecida, tu visión honesta y coherente y tu inagotable capacidad para inspirar. Hasta pronto. (O)