¿Vieron la transmisión en vivo del extendido momento en que el jueves anterior se firmó el “Acuerdo de paz” entre los indígenas y el Gobierno? Yo sí la vi, completa, y desde entonces mantengo una desazón mayor aun que la que pudo acumularse en los previos 17 días de paro.

Por dignidad debieron pedir que el acto final sea la muestra del acuerdo ya firmado, en un ambiente de respeto mutuo.

De entre el lenguaje, las acciones y los símbolos que se acumularon en poco más de dos horas, en la sede del episcopado, me surgieron muchas dudas. Aquí algunas: ¿Por qué se llamó a presentar a la prensa un acuerdo conseguido con trasnocho, pero evidentemente aún inacabado cuando se prendieron las transmisiones por una infinidad de redes sociales, como era obvio iba a ocurrir ante tamaño anuncio? ¿Por qué no siguió en privado la discusión que muchos vimos, como había sido la previa? ¿Fue orgánico o libreteado el desacuerdo de último momento entre los dirigentes indígenas que obligó a diferir la firma, ya con todos los actores en escena?

Otras más: ¿Por qué fue Leonidas Iza quien prácticamente monopolizó el micrófono para hablar las veces que quisiera y volver la rueda de prensa en una asamblea, en la que incluso se votó por si se daba el apoyo o no a algo que aparentemente se había negociado con seriedad? ¿Fue casual que la tensa espera ocurriese justo a la hora de los noticiarios de mayor audiencia, que ya tenían listos sus despachos con el “fin del paro” y al andar debieron girar hacia el vilo en que estaba el acuerdo por decisión unilateral de la dirigencia indígena? Y esto luego de escuchar a un desaliñado ministro de Gobierno justificar un acuerdo “incompleto”, pero con el que se comprometía a atender las exigencias como no lo habían hecho otros regímenes y tampoco el actual porque en un año no es mucho lo que se puede hacer. Un discurso conformista y pasivo frente a un contradictor que se dio el lujo de hacerlo esperar en vivo, aplicando el recurso de negociación de la oferta, de la escasez de tiempo, que usualmente lleva al escenario de “lo tomas o lo dejas”. Y lo tomaron. Y se consumó en contra del Gobierno la estrategia del prestamista: hazlo esperar, que desespere, y cuando ya esté desesperado firmará por el préstamo con el interés que se te antoje.

Lo que yo vi ese jueves fue a un grupo soberbio imponiendo condiciones hasta el final, y a pesar de eso, expresando inconformidad y anunciando plazos de cumplimiento. A una iglesia paciente y a ratos permisiva a la prepotencia; y a varios ministros, aunque uno solo firmante, que no ocultaban sus ansias porque se firme de una vez y se les devuelva el control del país. Si todo eso tenía que pasar, al menos debieron evitar que ocurra en transmisión en vivo. Cuando Iza salió a hablar con sus bases, prohibió a la prensa grabar, por cierto.

Después de la pesadilla que ha sido el paro, el país no se merecía presenciar un acto en el que hasta el momento mismo de la rúbrica debió rogarse a un dirigente que se negaba porque exigía sumar intereses específicos. Por dignidad debieron pedir que el acto final sea la muestra del acuerdo ya firmado, en un ambiente de respeto mutuo, sin sensaciones de vencedores y vencidos. Una raya más al tigre de la inconsistencia comunicacional del régimen. (O)