Las masacres carcelarias en el Ecuador son los acontecimientos más trágicos que nos han marcado como sociedad —como sociedad ineficiente— en los últimos años. Mucho tiempo habrá de pasar para que el país repare esa herida que se ha infligido a sí mismo al permitir, por todos lados, que se hayan producido hechos de una inhumanidad sin límites. En esto tal vez tengamos un récord mundial. Estos acontecimientos han dominado los debates políticos y la información y la comunicación. Los políticos y reporteros de la televisión han vuelto a traer, sueltos de lengua, expresiones como “los ppl”, como si eso fuera idioma español.

En la lengua española no se forman palabras a partir de siglas; las que funcionan así, primero fueron extranjerismos que se fueron adaptando al uso de los hablantes; por ejemplo, el disco LP (long play, en inglés) pasó a ser elepé porque era natural pronunciar LP como elepé. En la lengua inglesa es común formar palabras a partir de siglas. Basta recordar que vocablos hoy utilizados en español, como robot o láser, son originalmente siglas en inglés. De modo que, si comprendemos que en español los sustantivos son masculinos y femeninos (lo que no pasa en inglés), hablar o escribir de “los ppl” es una ridiculez.

Porque si desarrollamos “los ppl”, que significa ‘persona privada de libertad’, finalmente estaríamos diciendo “los personas privadas de la libertad”, contraviniendo una elemental concordancia de género que la totalidad de los hablantes del español maneja sin ambigüedades, excepto los activistas de lo políticamente correcto. ¿Persona privada de libertad? ¿Qué es esto? Una persona privada de libertad ha sido, es y seguirá siendo un preso, un reo, un detenido. ¿Cuál es la ofensa de nombrar como preso a alguien que está apresado? Las élites que usan estas expresiones imposibles no pueden imponer su delirio lingüístico a los hablantes.

Los eufemismos no son lo que cambia la realidad. Llamar a los reos “personas privadas de libertad” no ha modificado la grave situación en que viven. Este tipo de eufemismos nos hace más tontos como sociedad. Lo mismo ocurre con expresiones como “persona en situación de calle” para aludir al indigente, al sin techo, al que no tiene casa. ¿Persona en situación de calle? ¿Qué es esto? Parece una burla al indigente, otorgándole una solemnidad verbal que en la realidad no se da. ¿Quién ha dicho que el sin techo no es persona? Algo similar sucede con la expresión “persona en situación de movilidad” para referirse al inmigrante.

¿Persona en situación de movilidad? ¿Qué es esto? ¿Cuál es el inri de llamar inmigrante al inmigrante? Solo en las mentes fanáticas, poco informadas de los preciosos recursos del lenguaje se ha arraigado la ilusión de que si se modifica la lengua se va a producir un cambio en la realidad. Entiendo que las expresiones comentadas existen en nuestras normativas, lo cual es un contrasentido, porque el discurso jurídico debe ser lo más transparente posible y estos eufemismos vuelven opaco el uso normal de la lengua. El patrimonio lingüístico nos comunica con eficacia; por eso debemos cuestionar el habla anormal de los políticamente correctos. (O)