Acostumbro a abrir cualquier diario desde su página cultural, aunque luego le dé una repasada hasta a los avisos clasificados. Ese gesto ya es una marca de presentación, aunque cualquier analista podría batirme en un campo dialéctico que todo intento de comunicación es cultural porque pone de manifiesto lenguaje, sociabilidad y capacidad de intercambio, verdaderos constructos humanos.

Y así es. Sin embargo, convenimos en que ciertas actividades con sus consiguientes productos se merecen esa identificación: se dedican a reconstruir la realidad en una rica combinatoria sensorial, imaginativa y creativa, que justifican que Aristóteles los haya llamado frutos de la mímesis. Esta preferencia me convertiría en una columnista cultural en buena cantidad de ocasiones. Pero no siempre. Guayaquil y sus preocupantes realidades se imponen en ese recorrido hacia atrás en las páginas de nuestro diario, el país entero es una llaga abierta y ahora, que contamos con redes sociales, la inmediatez informativa nos empuja más a hechos trágicos que a acaeceres positivos.

No me voy a engañar respecto del lado económico que supone consumir cultura.

Con numeroso material sobre los Estados Unidos –imposible no ver los documentales sobre Andy Warhol o Marilyn Monroe– regreso la mirada a nuestro contorno para, por contraste, apreciar las afanosas iniciativas de un sector siempre escaso de apoyo y con presupuesto menor como es el de la cultura. En Ecuador se publica, se pinta, se actúa, se hace música, se filma, por la vocacionada insistencia de creadores particulares. Son muy pocas las instituciones que desarrollan una actividad abierta al público –Universidad de las Artes, por ejemplo, el Museo Antropológico de Arte Contemporáneo, mientras la Casa de la Cultura núcleo del Guayas, se demora demasiado en arrancar la oferta hecha en sus elecciones de febrero–.

Es cierto que la inseguridad que domina la psiquis ciudadana –ya no me voy a referir a tiempos pospandemia– nos hace renunciar a muchos intereses, al mismo tiempo en que estamos saturados de actos virtuales. Creo interpretar el deseo de muchos de asistir a actos donde escuchar opiniones sobre libros, circular mirando cuadros o atender, concentrados y silenciosos, una buena representación teatral, nos haga recuperar la fruición estética de habitar mundos imaginados y ampliar la dimensión de la vida. No me voy a engañar respecto del lado económico que supone consumir cultura. Hay que pagar entradas, hay que comprar libros y los bolsillos están exhaustos en estos tiempos desolados.

Hoy, que he visto que se expondrá una parte de la pinacoteca personal de Juan Hadatty, ese dinámico hombre de arte, con homenaje incluido, aprecio de qué fina y adecuada manera se puede seguir fomentando la actividad cultural, con gestos que nutren la memoria y alimentan el espíritu. Mucho podría yo recordar del amigo Juan, padre de Milena y Yanna, destacadísimas exalumnas. Aquí solo muestro que no se ha apagado el corazón artístico de Guayaquil y que las iniciativas de Mariela García nos mantienen atentos. Tal vez salimos menos por la noche. Quizás el teatro sigue insistiendo en la comedia. No llegan a los cines todas las películas que querríamos ver. No educamos lo suficiente el oído de las nuevas generaciones. Salpico con estos signos diferentes rasgos de lo que le correspondería analizar al periodismo cultural. (O)