Existen muchísimas definiciones y perspectivas sobre lo que comúnmente denominamos democracia, pero todos entendemos que es un sistema en el que el interés de los muchos prima sobre el de los pocos y que las libertades son un valor necesario para la convivencia. Pero la democracia es tan frágil que incluso puede volverse en lo contrario, esto es, en un gobierno de pocos, como la autocracia, ya que no siempre es la democracia el gobierno del pueblo como la quería el pensamiento político ateniense antiguo. Pero ahora sabemos que la democracia también es nuestra, que los europeos no la inventaron.

La democracia moderna es un experimento en desarrollo y la historia ha mostrado que puede dejar de funcionar...

Cuando los europeos iniciaron sus conquistas territoriales hallaron varias comunidades con instituciones políticas más democráticas que las que había en sus países. Hernán Cortés entró en Tlaxcala en 1519 y vio que allí no mandaba a todos un solo señor, sino que había una especie de dirección colectiva; los incas autócratas, sin embargo, desarrollaron el ayllu que demandaba colaboración y acuerdo entre gobernados y gobernantes; en Norteamérica, en el siglo XVII, los wendat –así se llamaban los ‘hurones’– practicaban una suerte de consejos centrales y locales con una amplia participación de hombres y mujeres.

Estos y otros casos son analizados por David Stasavage, profesor de la Universidad de Nueva York, autor del libro Caída y ascenso de la democracia: una historia del mundo desde la Antigüedad hasta hoy (Barcelona, Turner, 2021). Stasavage sostiene que “si la búsqueda del consentimiento es un ingrediente básico de la democracia, entonces podemos decir que la democracia surge de forma natural entre los seres humanos”. A esto, frente a la democracia moderna, Stasavage llama democracia temprana, muy común en todo el mundo pues los gobernantes requieren de la cooperación de sus pueblos porque no pueden gobernar por sí solos.

Los gobernados, en muchos sentidos, saben más que los gobernantes, solo que la democracia moderna –que, valga la redundancia, hay que seguir democratizándola– puede ser secuestrada, tergiversada y echada a perder por los gobernantes debido a que la participación de los gobernados puede llegar a ser amplia, pero es episódica (como es la ilusión que da la participación masiva en las elecciones). ¿Por qué los muchos permitimos que los mismos políticos pongan en peligro la democracia? ¿Qué hay en nuestra cultura política, más allá de las ideologías de los partidos, que tolera fantoches políticos como Bucaram, Correa, Glas y ahora Viteri?

La democracia moderna es un experimento en desarrollo y la historia ha mostrado que puede dejar de funcionar y convertir la convivencia ciudadana en horror, abuso y perversión. Estamos llamados a cuidar la democracia porque la mayoría de la humanidad ha optado, con matices, por una forma de gobierno que defiende valores que son conquistas de la humanidad: la opinión de las mayorías, la libertad personal, el ejercicio consultado del gobierno, la búsqueda de justicia y equidad sociales, el control pacífico de los asuntos ciudadanos. Por eso debemos cuestionar a esos políticos que, con sus fantocherías, son un peligro para la democracia. (O)