Hace algunos días leía a una psicóloga que desarrolló un concepto denominado Trastorno por déficit de gratitud, y creo que no hay mejor momento para recordar que a veces damos por hecho que todo lo que tenemos, vivimos o experimentamos a la fecha es ‘lo normal’ y olvidamos todo aquello que conlleva el estar en este momento aquí, por eso es preciso recapitular y analizar cada etapa de nuestras vidas y de quienes han sido parte de ella.

A veces, perdemos el enfoque de que la vida, así como la naturaleza, es cíclica y oportuna, con tiempos precisos, como las estaciones, y así, los resultados que vemos se complementan de cientos de factores personales, como el esfuerzo, la constancia, la preparación, o de factores del entorno, como los descubrimientos médicos en el mundo, avances tecnológicos o las luchas sociales.

El mostrar gratitud de nuestras bendiciones o logros es una receta del espíritu, que tiene efecto instantáneo y perdurable. Agradecer nos da calma en el corazón y nos recuerda sobre el propósito mismo de la vida y de sus bondades, de la necesidad de pausar y de reconocer tantas cosas que tenemos e incluso agradecer por aquellas que no llegaron, que no se dieron, que no pertenecían en nuestro camino, a nuestro ciclo estacional.

Uno de los problemas más grandes que tenemos al no reconocer todo aquello que nos rodea y lo que somos, es que somos muy impacientes y queremos todo de inmediato. Estamos acostumbrados a tener resultados demasiado rápidos, que nos dan emociones momentáneas, y vivimos con gratificaciones que no trascienden, que son pasajeras y siempre buscamos en demasía, quitando valor a lo que hemos logrado y haciendo de la aspiración, que siempre ha sido necesaria y saludable, una fijación que nos frustra y nos mantiene en un estado de insatisfacción permanente.

Todos, absolutamente todos, queremos lograr cientos de cosas que tenemos preconcebidas como si existiera una receta para vivir felices y, entonces, solo agradecer sobre estos resultados que se dan, como queremos que se den y, por ende, asumimos que ciertas decisiones o condiciones, como divorciarnos, perder a personas o alejarnos de amigos, no conseguir un trabajo o tener una enfermedad, son un fracaso y olvidamos que es una utopía eso de vivir en un estado permanente de éxito y felicidad.

Probablemente, si hacemos introspección de aquellos momentos más felices en la vida, seguramente no son al respecto de cosas materiales sino la respuesta de emociones, sentimientos, en fin, momentos que llenan de dicha y colman las más elementales y necesarias aspiraciones del ser humano en su esencia. El problema es justamente que estamos obsesionados con la rapidez y con conseguir cosas y demostrarle al mundo que lo estamos logrando, cuando a veces toma tiempo, paciencia y esfuerzo superar, conseguir, encontrar.

A veces es necesario retomar comportamientos y formas de vivir que con el “progreso” y el tiempo han quedado en el olvido. La antigua forma de concebir al mundo era agradecer de antemano al universo y no solo pedir, sino reconocer todo aquello que ya se nos otorga, solo por el hecho de estar vivos. (O)