Don Vicente Rocafuerte regresó al Ecuador en 1833, después de haber tenido una vida tan agitada como lúcida y de servicio a Hispanoamérica. Había sido embajador de México en Londres y participado activamente en la política de ese país. Fue repugnante lo que vio. El primer presidente del Ecuador, el general venezolano Juan José Flores, era un mandatario abusivo a quien Rocafuerte años más tarde, en sus cartas A la Nación, especialmente en la número 11, lo acusó de robos y despilfarros del tesoro público.

Cuando llegó, Rocafuerte cometió el primer pronunciamiento militar contra el Gobierno y organizó una fuerza armada. Se llamó la “rebelión de los Chihuahuas”. Flores era un hábil militar, venció a los insurrectos y metió en la cárcel al derrotado jefe supremo. También era Flores un político astuto, de manera que fue a buscar a don Vicente en el calabozo. Y me imagino este diálogo: Flores: “¿Por qué me combate, don Vicente, si entre usted y yo podemos arreglar las cosas? Mire, hagamos un convenio: usted deja de oponerse a mi Gobierno y le prometo que usted será el próximo presidente del Ecuador. Cuando usted termine sus cuatro años de gobierno, me hace elegir a mí y yo lo sucederé y nos repartimos el poder. Así haremos progresar a este país, usted con sus ideales de progreso y yo con mi experiencia”. Rocafuerte aceptó y el pacto se cumplió. Fue elegido en 1835, y cuando terminó su mandato en 1839, entregó el poder a Flores. El de Rocafuerte fue uno de los mejores Gobiernos que ha tenido el Ecuador, pese a sus jactancias y a que tuvo que fusilar a más gente que García Moreno. En esos días la pena de muerte no estaba prohibida.

Este largo relato es para decir que no me sorprende el evidente pacto que ha tenido el Gobierno de Lasso con los UNES para que su gran proyecto económico entre en vigencia por el ministerio de la ley. Fue una forma de tostar granizo, como diría el Lluro Córdova. El presidente justificará el pacto con el argumento de que busca un bien superior en beneficio de los más pobres y dirá la sarta de medias verdades demagógicas y lavadas para justificarse. No lo condeno, no lo aplaudo. A mi edad casi nada me llama la atención. He visto y sufrido lo que se debe en la vida y no pierdo la esperanza de que el dinero que recibirá el Gobierno sea bien utilizado, con honradez y acierto.

El problema está en el precio que tendrá que pagar el presidente, porque quienes han permitido la vigencia de la mencionada ley tienen grandes aspiraciones y agallas para exigir hasta lo imposible. Será la parte más difícil de la negociación. Porque en política nada es gratis. Espero que no haya interferencias en la administración de justicia ni en la Fiscalía. Los delitos probados contra la Administración pública no prescriben y las sentencias no pueden admitir ningún olvido (amnistía) ni perdón. Esos delitos fueron cometidos con toda conciencia y responsabilidad. Los culpables no deberían volver a tocar el poder; han hecho más daño que la última pandemia, porque el dinero mal habido es el de todo el pueblo.

Es asunto de cálculos fríos y de respetar las líneas rojas de la ética pública. Hay que estar atentos. (O)