La Pachamama, deidad indígena de los Andes, representa a la tierra y tiene poder creativo para mantener la vida. La Pachamama humana también la mantiene: con la semilla masculina perpetúa la especie, da el soplo inicial y permite luego que en libertad su creación vuele.

Historias de Madres

Cuando en España llegó el fascismo para apagar la luz, es encarcelado Miguel Hernández, ínclito poeta pastor de cabras. Su esposa le envía una carta donde le cuenta que ella y su hijo solo tienen pan y cebolla para alimentarse. Miguel se aflige y escribe en papel higiénico el poema Las nanas de la cebolla: “Una mujer morena resuelta en luna se derrama hilo a hilo sobre la cuna”. “… no te derrumbes, no sepas lo que pasa”. “En la cuna del hambre mi niño estaba, con sangre de cebolla se amamantaba”. Josefina Manresa amamantó a su hijo con esa sangre mientras su esposo se consumía desesperado en la celda, hasta que lo dejaron morir de tuberculosis. No pudieron cerrarle los ojos: después de muerto quería ver la vida. El franquismo, desde la oscuridad, ordenó quemar sus obras, pero Josefina las guardó en un baúl. Mantuvo a su hijo trabajando de costurera 19 horas diarias. Él pereció antes que ella. Su dolor le impidió seguir viviendo normalmente, porque, a pesar de que el escritor Fernando Pessoa poetizó que la madre, muerto el hijo, al cabo de los meses ríe y es la misma, la madre no es ni puede ser la misma luego del deceso de quien llevó en sus entrañas, le dio su leche y su aliento. Es el dolor que a tantas madres ha embargado cuando la guerra les devuelve exánimes a sus hijos y no se resignan. Para que la madre no recibiera a un cuarto hijo extinto, querían salvar al soldado Ryan.

Con emoción saludamos a las madres que están sobre la tierra y recordamos a las que se hallan debajo de ella.

Madres fueron las que reclamaron a la dictadura militar argentina por la desaparición de sus hijos, y luego sus restos, cuando supieron que los habían perdido definitivamente. Todas las semanas manifestaban sus demandas en la Plaza de Mayo de Buenos Aires, como la madre y el padre de los hermanos Restrepo lo hacían en Quito para exigir saber lo que había ocurrido con sus hijos. Locas les decían, y las locas llegaron a ser 400. Llevaban en sus cabezas unos pañuelos blancos hechos de tela de pañales. A cinco de ellas las secuestraron, las torturaron y las mataron. Su sangre generosa de madres fecundó la lucha. Terminado el régimen ominoso, promovieron que se investigue y se enjuicie a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, y siguen buscando a sus hijos y nietos. De estos, algunos encontrados, otros aún robados.

La madre de Máximo Gorki, enriquecida por Bertolt Brecht, al principio, temerosa de la revolución por la que brega su hijo, la entiende sin entender todo y la apoya llevando octavillas a la fábrica donde él labora. Son las madres que salen de las cuatro paredes.

Gloriosa la maternidad por el aporte a la propia madre, a los suyos, a la humanidad; mas, para ser mujer y realizarse como ser humano, no se requiere ser madre.

La madre defiende a sus hijos como a sí misma y aún más. La leona lo hace. Con emoción saludamos a las madres que están sobre la tierra y recordamos a las que se hallan debajo de ella. (O)