“¡Ya viene el cortejo! ¡Ya viene el cortejo! Ya se oyen los claros clarines. La espada se anuncia con vivo reflejo; ya viene, oro y hierro, el cortejo de los paladines” (La marcha triunfal, Rubén Darío).

Se viene “otro Gobierno débil”, anuncian muchos ecuatorianos, incluyendo supuestos analistas políticos. Se refieren a la inminente administración de Guillermo Lasso, y a la crepuscular de Lenín Moreno, por supuesto. La percepción de la supuesta “debilidad” del Gobierno por venir se origina en alguna realidad respecto a la conformación de la Asamblea que está por entrar en funciones, y al mismo tiempo da cuenta de algunos rasgos de la cultura política de los ecuatorianos. En el primer caso, a la presencia de una nutrida bancada correísta se le atribuye la posibilidad de que el Poder Legislativo constituya el primer opositor del nuevo Gobierno, causando inestabilidad en el país. Todo ello está por verse, cuando las alianzas se definan en las próximas semanas.

Pero ya podemos intentar algunas hipótesis sobre la cultura política de los ecuatorianos, en particular sobre lo que registramos como “fortaleza versus debilidad”. En nuestra sociedad, que privilegia lo imaginario, la fortaleza se confunde con la fuerza y sus exhibiciones públicas. Esta impostura es común y ejemplar en el teatro político y sus demostraciones, a las que nos hemos malacostumbrado, las que cautivan a los amantes del espectáculo. La genuina fortaleza es la deliberación argumentada y preñada de convicción, que conduce al acto responsable, transformador, productivo y amparado en la ley, sin necesidad del montaje teatral. La fuerza, en cambio, es el alarde exhibicionista e irresponsable, que camufla la precariedad de los argumentos, la falta de dirección y la ilegalidad de los propósitos, en que la proeza física desplaza a la consistencia de la palabra verdadera para seducir a un público impresionable.

Los ecuatorianos somos, históricamente e histéricamente, sensibles a las exhibiciones de fuerza sobreactuadas en los “balconazos” viejos y recientes, y en las “marchas triunfales” del siglo XXI, que han reemplazado las doradas cuadrigas tiradas por níveos corceles de la Roma imperial por los Hummers descapotables, bañados por el sol y conducidos por militares de gala con gafas de marca. Nuestras gloriosas Fuerzas Armadas haciendo de “extras” en la película del amo de turno. El acto de palabra y la decisión creadora desplazados por el rito autocomplaciente, barnizando de autoridad espuria a quien goza con la “majestad del poder”. El faroleo que disfraza la verdadera debilidad, la que sustituye la palabra consistente por la acción física, la mostración de pectorales y la verborrea fanfarrona.

Un Gobierno fuerte no “le mete mano” a todas las funciones del Estado, tampoco insulta, ni persigue a sus opositores. Un Gobierno fuerte respeta la ley y cumple su función sin alardes, conduciendo un país hacia el progreso para el beneficio de todos los ciudadanos. El respeto público de Guillermo Lasso, a pesar de sus creencias religiosas, a la decisión de la Corte Constitucional respecto al aborto, ¿anticipa su debilidad o sugiere fortaleza? (O)