Es triste que este artículo tenga actualidad en el Ecuador de hoy. Supongo, o quiero suponer, que en buena parte de occidente es un tema bastante más hablado. Lo cierto es que he tomado en préstamo, de Jane Austen, el título de su aclamada novela para nombrar este texto, luego del mes del orgullo LGBTIQ+, y ante la persistencia indolente, ignorante y mezquina de los prejuicios en torno a la orientación sexual o de género de las personas. Desde hace meses que prefiero usar esta columna para hablar de libros y montañas, pero la coyuntura me obliga a aplaudir el gesto del Gobierno ecuatoriano respecto a la históricamente postergada creación de la Subsecretaría de Diversidades, a cargo de una persona con un genuino compromiso social como es Felipe Ochoa. Sin duda, era una deuda; y es que ha sido urgente para el país poder contar con políticas públicas que promuevan y defiendan los derechos humanos en torno a esta problemática.

Es muy grave el problema de la homofobia en el Ecuador. Es muy extraño cómo ciertos ecuatorianos, por lo general hombres, hablan del primer mundo, con alabanzas, con genuflexiones sobre el éxito, la seguridad y el orden, y al mismo tiempo ignoran que en gran parte de esas sociedades el respeto y la garantía a los derechos de las personas LGBTIQ+ no es un tabú, sino una obligación social y normativa; esos mismos hombres poco reflexivos, en sus violentos discursos machistas y homofóbicos, no alcanzan a comprender que sus expresiones de odio, en muchos de los países que admiran, serían objeto de escrutinio, rechazo y descrédito. No es mi intención ponderar al primer mundo, al que en general lo veo abúlico y decadente, sino cuestionar esa doble moral ecuatoriana tan incapaz de ver a profundidad.

Las clínicas de deshomosexualización son la verdadera aberración, son el crimen, y deben desaparecer. Me apena que sea una política pública, con enfoque de derechos humanos, la que se lo proponga, y no la indignación de la sociedad en su conjunto. Si una tarea pendiente tenemos para este siglo, los ecuatorianos, es lograr un país más justo y equitativo, al menos una sociedad no tan violenta y propensa a la cometer actos de discriminación, a destruir vidas de personas inocentes. Me alegra, cada año, que el 28 de junio, el día del Orgullo LGBTIQ+, sea una esperanza. Creo, o quiero creer, que cada vez hay más conciencia, más empatía, y menos prejuicios.

Por lo demás, mi mensaje para quienes se aferran en su oscuro afán homofóbico, ese mensaje que lo reitero cada año, y que me provoca risas y mucha esperanza, es el siguiente: Homofóbicos, ustedes que admiran tanto la tradición, familia y propiedad, ustedes que enarbolan el éxito, los avances tecnológicos, y esa supuesta capacidad de haberse hecho hombres por sí solos, por pura voluntad emprendedora, no olviden, jamás olviden, que el mundo en que vivimos, aquel en el que ustedes buscan el triunfo, salió de la mente genial de un gay. Todo, señores homofóbicos, se lo deben a Alan Turing, que es mucho más que el Gutenberg de nuestra era. El hombre que en la abominable Segunda Guerra Mundial inventó una máquina que piensa. El matemático que con ciencia contribuyó a la derrota de Hitler. El científico que liberó a la humanidad del más alto letargo técnico. El genio. El mago. Ustedes, que desean el dinero de Steve Jobs, cuando vean una computadora Apple, jamás olviden que esa manzana es mordida eternamente por la boca de Alan Turing. Originalmente, tenía los colores LGTBIQ+. (O)