Hay en el Ecuador páginas tristes, y páginas negras. Las tristes no necesariamente son negras, las negras siempre son además tristes. Los asesinatos de García Moreno y Alfaro, la invasión del Perú del 41, son ejemplos de las muchas páginas negras y tristes.

En esa categoría está la amnistía que la Asamblea acaba de conceder a quienes, en la interminable lista de delitos, destruyeron propiedad pública y privada, destacando como la joya de la corona el incendio de la Contraloría; secuestraron a policías y miembros de las FF. AA., y violaron a mujeres policías; secuestraron a periodistas, a los cuales también agredieron físicamente; destruyeron infraestructura petrolera; unidades productivas privadas; dejaron sin abastecimiento de agua potable a ciudades; amenazaron a propietarios de empresas y plantaciones, las que también destruyeron; llamaron a la insurrección a las fuerzas del orden, y dieron un golpe enorme a la economía del Ecuador.

Y es página negra porque llena al Ecuador de oscuridad, y es triste, porque el espíritu nacional queda devastado, al ver que el cuerpo colegiado más llamado que cualquier otro a precautelar el mantenimiento del estado de derecho, y la institucionalidad del país, es precisamente aquel que asesta este golpe mortal a la democracia, la ley, la constitucionalidad y la sana razón.

Pero más allá de la barbarie jurídica, más allá de la insensatez, está el trasfondo de partidos y actores políticos para los cuales sus acuerdos y sus intereses particulares están muy por encima de cualquier valor ético o moral, de cualquier legalidad, de cualquier instancia de institucionalidad. Y cuando así se actúa, cuando en el quehacer político los intereses personales, partidistas y políticos están por encima del bien común, la sociedad donde esto sucede no es sencillamente viable, no tiene futuro. Por ello, esta es una página negra y es una página triste.

La Asamblea, cuyo desprestigio no puede estar ya más bajo, y cuya actuación se enfrasca en las más deleznables pasiones políticas y en las más cuestionables motivaciones, está llevando al Ecuador a una situación de riesgo inaceptable. Su labor, lejos de ser un aporte para salir de los inmensos problemas que tenemos, es uno de los mayores lastres que precisamente impiden avanzar y lograr los grandes acuerdos nacionales que el país exige.

La calidad de la democracia se mide por el diálogo, y la capacidad de lograr consensos. El diálogo y los consensos han servido para amnistiar a quienes por esencia rechazan el diálogo, a quienes cometieron visiblemente ante todo el Ecuador delitos comunes y gravísimos, a quienes creen en la solución violenta de las cosas, a quienes desean que el caos impere, para sobre ese caos erguirse como la opción de una revolución antihistórica, enterrada por la evidencia demoledora del fracaso de todos aquellos que la adoptaron.

Y mientras esa amnistía antiquiteña, antiecuatoriana, antidemocrática se forjaba en la Asamblea, siguen dormidos muchísimos proyectos de ley, como aquel que permite resolver las inconsistencia y debilidades de las leyes actuales que tienen tantos vacíos en materia de seguridad nacional. Se da amnistía a quienes destruyeron a nuestra capital, y no se avanza en el tratamiento de las leyes que tienen que dar más garantías a la fuerza pública para actuar y poder ejercer con mayor autoridad su labor.

¿Qué dirá la fuerza pública? Sus mujeres violadas, sus miembros secuestrados, muchos de sus integrantes presos por acusaciones relacionadas al ejercicio de sus funciones. Y luego les exigimos que no haya más delitos, cuando ven que aquellos a quienes detienen salen libres y se los vuelven a encontrar.

Es el pueblo de Quito el que más obligado está hoy a que se respete su dignidad, a lograr con los mecanismos legales correspondientes que la Corte Constitucional declare la inconstitucionalidad de este bárbaro e impensable hecho producido por la Asamblea Nacional. Ojalá que marche contra la Asamblea, que se haga sentir su peso, su voz en las calles y plazas, y que esos 99 sujetos vean que la respuesta cívica será implacable y que no va a aceptar semejante barbaridad.

Cuando fui electo diputado nacional en 1988, un caballero y señor, el Dr. Raúl Clemente Huerta, me dijo: “Alberto, cuando se posesione como diputado sentirá gran frustración al ver la calidad de los miembros de la asamblea. Pero consuélese pensando que la próxima asamblea será peor”. Fue un profeta, la mejor forma de constatar su profecía es ver la calidad de esta Asamblea que por encargo de los votantes llegó para legislar en bien del país pero que hoy trabaja activamente en favor de la destrucción del Ecuador. (O)