Que la fortuna política puede cambiar en poco tiempo es una realidad que no se puede ignorar. Un ejemplo es el caso de Andrew Coumo, el ahora exgobernador del estado de Nueva York, quien ha visto esfumar su prestigio y credibilidad en cuestión de meses; en marzo del año pasado, la aprobación de Cuomo por su gestión en medio de la pandemia llegó a ser del 87 %, una cifra absolutamente irreal si se la compara con la de la mayoría de los políticos a nivel mundial durante el mismo periodo. El reconocimiento a su gestión fue tal que, mientras muchos lo apuntaban como un potencial candidato presidencial, la Academia de la Televisión estadounidense le otorgó, en calidad de premio honorífico, un Emmy por mostrar en sus intervenciones y ruedas de prensas diarias “un dominio maestro” del medio para “calmar e informar a la gente por todo el mundo”.

El pasado martes, sin embargo, la carrera política de Cuomo se terminó de derrumbar luego de su dimisión del cargo de gobernador tras las acusaciones de acoso sexual a 11 mujeres, la mayoría de ellas exempleadas del político. Poca relevancia han tenido las declaraciones de Cuomo en las cuales niega cualquier tipo de conducta inapropiada: una investigación organizada y coordinada por la Fiscalía de Nueva York llegó a la conclusión de que los actos ejercidos –entre los cuales se encontraban los abusos físicos, comentarios denigrantes e intimidación– por el exgobernador no eran incidentes aislados, sino que formaban parte de un patrón de comportamiento.

Hasta hace pocas décadas, casos similares a este generalmente pasaban desapercibidos, con las denuncias archivadas, y con el agravante de que los partidos políticos a los cuales pertenecía el denunciado solían respaldarlo de manera incondicional. No obstante, lo sucedido con Cuomo plantea ciertas reflexiones interesantes que son el reflejo de los nuevos tiempos en los que vivimos, en los cuales el grado de tolerancia hacia los actos de abuso de poder, entre los que en muchas ocasiones se encuentra el acoso sexual, es mínimo y el repudio hacia su perpetrador es absoluto. Una parte importante del mérito de esto último recae en la aparición de movimientos como el #MeToo, el cual ha sido fundamental para revelar y condenar los excesos y abusos que, durante décadas, personajes relevantes como políticos y empresarios practicaron de forma impune.

En su discurso de renuncia, Cuomo, en un intento de justificar su accionar, señaló que “en mi mente nunca crucé la línea con nadie […] Pero no me di cuenta de hasta qué punto se ha redibujado la línea”, agregando que existen “cambios generacionales o culturales” que no ha sabido entender. Justificaciones ‘curiosas’ para un político que en el 2018 endureció las leyes para combatir el abuso sexual y que en reiteradas ocasiones se manifestó a favor del #Metoo, pero que puertas adentro y en la más absoluta de las intimidades hacía todo lo contrario. Finalmente, la renuncia de Cuomo permite la llegada de Kathy Hochul, quien se convertirá en la primera gobernadora en la historia de Nueva York. Un poco de justicia poética, dirían muchos, en estos nuevos tiempos en los que vivimos. (O)