El presidente Guillermo Lasso viajará a Israel con el objetivo principal de obtener asesoría y cooperación en materia de seguridad, en medio de la escalada criminal más intensa que ha soportado el país posiblemente en su historia reciente; más allá de todas las opiniones que se han dado sobre el tema de la inseguridad y en especial del impacto del narcotráfico, no cabe duda de que cualquier esfuerzo que realice el Gobierno en ese contexto resulta importante, con mayor razón si hay la percepción generalizada por parte de la ciudadanía de que existe una indefensión total, con responsabilidad directa del Estado, incapaz de descifrar y afrontar la espiral de violencia en la que está inmerso el país.

Habiéndose convertido el Ecuador, y en especial Guayaquil, en una de las principales plataformas de distribución de la cocaína en el mundo (se menciona que más de la tercera parte de la cocaína producida en Colombia pasa por el país antes de salir a otros lugares del mundo), resulta necesario comprender que mientras no se logre solucionar, en alguna medida, el absoluto descontrol que existe a lo largo de la frontera norte, cualquier intento serio de enfrentar al narcotráfico quedará reducido a buenas intenciones. Para entender el problema, hay también que reconocer que la presencia y control del Estado colombiano en la zona fronteriza con nuestro país es virtualmente nula desde hace muchos años, siendo amplios los territorios controlados por diversas organizaciones y grupos criminales abiertamente dedicados al negocio del narcotráfico; por ejemplo, la región de Tumaco, a pocos kilómetros de la provincia de Esmeraldas, representa más del 16 % del total del cultivo de la coca en Colombia, lo que la llevó a ser mencionada como la capital mundial de la cocaína.

Ahora bien, si se acepta que tenemos una frontera permeable por una serie de razones, resulta fácil deducir las razones, entre otras, por las cuales a los carteles de la droga les ha resultado tan conveniente mover más de la tercera parte de su producción de cocaína a través de nuestro país. Ahí viene la otra parte de la historia, pues la droga que ingresa por la frontera norte es transportada, en su mayoría, al puerto de Guayaquil, situación que a su vez origina la sangrienta disputa por el control de los corredores de salida de esa droga. Pero para llegar a Guayaquil, la cocaína debe ser transportada a lo largo de las carreteras ecuatorianas a través de cientos de kilómetros; en ese contexto cabe preguntarse, ¿cómo diablos se transportan centenas, miles (?) de toneladas de cocaína al año sin ser detectadas?, ¿qué nivel de complicidad e ineficiencia debe existir para haber convertido las vías de nuestro país en autopistas de la cocaína?

Lo más grave es que en aquellos países que han tenido que lidiar de forma similar con el narcotráfico, las estrategias contra el crimen han fracasado de forma ruidosa. Al principio de su gestión gubernamental, el presidente López Obrador dispuso que su estrategia sería de “abrazos, no balazos”; obviamente, su iniciativa ha terminado siendo un fiasco ante la complejidad de la lucha contra el narcotráfico. ¿Tendrá el Ecuador que convivir con su nueva realidad? (O)