Connotados juristas e investigadores vienen bregando ante los organismos legislativos de la Unión Europea para establecer claras, lógicas y necesarias diferencias entre los organismos transgénicos (resultantes de modificación adicionando genes exógenos) y los que se obtienen de la edición genómica (visualizando u ocultando genes de la misma especie sin incorporación de extraños) a efectos que el estricto reglamento que norma a los primeros no rija para los editados genéticamente, especialmente cuando resultan de aplicar la inocua tecnología denominada Crispr. Esta distinción o diferenciación es urgente para no frenar el ímpetu por encontrar alternativas al estático mejoramiento de plantas con superiores rendimientos, que respondan a la demanda de alimentos para 9 o 10 mil millones de habitantes que se estima poblarán el planeta en el 2050.

Un último informe de la Comisión Europea señala que a la luz de nuevos conocimientos sobre la reproducción genómica y su avanzado método Crisp-Cash9, debe elaborarse una legislación especial dirigida a las plantas editadas y sus cosechas, que no entrañan ningún peligro para la salud, la biodiversidad y el medioambiente, abriendo una gran oportunidad para crear individuos inmunes a plagas y enfermedades, a los estragos del cambio climático, a las sequías, a la vez que se lograría aumentar la productividad de los campos en beneficio de la rentabilidad para la actividad agropecuaria, a costos inferiores, capaces de ser asumidos por todos los países e inclusive empresas agropecuarias que se lo propongan, sin tener que esperar resultados de un lento y costoso mejoramiento convencional.

Conviene recordar que los Organismos Genéticamente Modificados (OGM) resultan de la transferencia programada de genes de distintos seres vivos y están estrictamente regulados en la Unión Europea, a tal extremo que sus frutos y cultivos para poder ser comercializados internamente tienen que someterse a un largo periodo de aprobación. Pero ocurre que cada vez cobra superior importancia una técnica denominada Crispr y sus variantes, que no utiliza el remplazo genético sino la “activación o desactivación” de genes de la misma planta o animal que se busca optimizar, manteniendo las características destacables y eliminando las no deseadas.

Se viene trabajando desde el 2012 utilizando la edición genética bajo el procedimiento Crispr-Cas9, logrando vegetales autoprotegidos, descartando los agroquímicos, manteniendo las características típicas del producto y garantizando su calidad alimentaria. Un ejemplo claro sería adoptar ese método para el banano Cavendish, dotándolo de resistencia a la raza tropical 4 sin que se altere el aroma, sabor, color de su fruta, siendo imposible diferenciarla de la planta madre, dando seguridad a los exigentes mercados. Es, además, un procedimiento más rápido, seguro, preciso, exento de errores, virtudes que son transmisibles a los descendientes de las musáceas que lo empleen.

Ojalá las nuevas autoridades y los visionarios inversionistas bananeros adhieran al sistema, se asesoren con profesionales especializados y con experiencia en su exitoso manejo. (O)