En un mundo cambiante, en un lugar maravilloso, con tonalidades distintas, reñidas entre el día a día, a veces desesperante y otras veces perfecto, vamos caminando tranquilos, con una llamada que conmovió, esa que te exhorta sin duda a todas las personas. Le podemos decir misión, poesía, aventura, pero

la voz siempre es la misma, esa que da un sentido a esto que llamamos vida, esta vida que hace que el mundo sea una congregación de diferentes universos, que lloran y ríen de distintas maneras, con opiniones y puntos de vista distintos, y existe un grupo que por no identificarnos entre nosotros creemos ser la minoría, pero con mi insana fe en el ser humano apostaría a que realmente somos la mayoría.

Nuestra propia naturaleza a veces nos hace creer que lo que decimos, advertimos o sostenemos es nuestra verdad absoluta, e intentamos imponer a la fuerza aquella verdad, y que hasta cierto punto hay una lógica en esto, porque mal está claudicar ante nuestras convicciones propias, sin embargo a veces escuchar hasta las más pequeñas de las opiniones nos puede dejar una lección que transforme nuestra verdad.

Un niño, un abuelo, un loco feliz o un idealista, todos tienen su propia historia que contar, porque al final del día nos reducimos a un punto de encuentro inevitable, en el cual la verdad se hace nula y adoptamos una certeza que es la antagonista de la vida.

La pregunta es: ¿valió la pena?, nuestro devenir en el mundo compartiendo con esos millones de universos ¿realmente valió la pena?

Hoy vemos que nuestra manera de civilización (si es que nos podemos llamar civilizados) depende de los debates y de las antojadizas decisiones de los que creemos líderes, aquellos universos que creen que pueden absorber el mundo, y nos imponen sus convicciones, defienden sus políticas, doctrinas y maneras de administrar de una manera tan aguerrida que nos ponen a todos en medio de un cruce de balas cargadas de odio por pensar distinto.

Nuestra política ha perdido el norte de la importancia de la ciencia como tal, que es el bienestar de todos.

A manera personal creo que, en este punto, ya no importa la izquierda o la derecha, el conservacionismo o el progresista; debe importar únicamente el ser humano, adoptar las ideas buenas del uno o del otro, debatir con altura las que creemos malas, para sacar lo bueno, y realmente concentrarnos en lo que nos hará mejores, el bienestar colectivo.

Paremos el odio, y la discriminación en los caracteres que nos aguanten las redes sociales, y empecemos un verdadero cambio desde nuestra trinchera, dejando partir las frustraciones y los complejos para así, solo así, pedir cambios estructurales, descubrir y entender una palabra que a este punto debería formar parte de nosotros: empatía.

Hay que dejar de normalizar la corrupción o la viveza criolla, ser mejores ciudadanos, mejores personas, mejores políticos, edificar una sociedad como humildes constructores con objetivo de dejar una sociedad mejor, una buena, y así dejaremos de ser los que no encajamos. (O)