En una foto del regreso a clases en una escuela de Yaruquí, los estudiantes puestos mascarilla están sentados en círculo, uno al lado del otro frente a un amplio espacio central vacío en el aula, con la ventana cerrada. Me alarmo pues, como se pensaba desde temprano en 2020, el nuevo coronavirus que continúa provocando efectos devastadores en un importante número de personas alrededor del mundo se transmite principalmente por aerosoles que se mantienen suspendidos en lugares cerrados. Sorprendentemente, el protocolo del Ministerio de Educación con fecha de julio del año pasado que reposa en la página web del Plan educativo COVID-19 no contiene los términos aerosol, ventana o circulación de aire.

Al igual que en otros países, en Ecuador permanecen abiertos los centros comerciales donde las personas se concentran y se quitan la mascarilla para comer y conversar, o ver una película en el cine. Las oficinas públicas atienden de manera presencial, no obstante los brotes periódicos de transmisión entre el personal. Colegios con suficiente músculo político pueden reunirse a celebrar graduaciones. Pero se mantiene fuera de clases presenciales a la mayoría de niños y jóvenes, muchos solos porque sus padres trabajan fuera de casa, para supuestamente protegerlos o prevenir contagios a adultos vulnerables.

A quienes sí liberaron, en zonas rurales como Yaruquí, el mencionado protocolo exige utilizar la bandejita de desinfección tercermundista que provoca tanto pena como asombro, pues es claro que el virus no se transporta primariamente en el calzado. Más importante aún, el material orgánico inactiva al cloro que debe estar en la solución que reposa en la bandeja, es decir, a los primeros zapatazos esta medida ya no funciona.

Las medidas tomadas hasta ahora en contra de niños y jóvenes han impactado negativamente el aprendizaje y desarrollo de habilidades en quienes la escuela y el colegio son fuentes de conocimiento y socialización. En muchos casos, sobre todo en escuelas de zonas con baja transmisión del virus, en las que los estudiantes de todas maneras se juntan por cuenta propia, se podía haber mantenido el sistema presencial con ventanas y puertas abiertas. Pero esto solo podría haber sido posible, y funcionará correctamente si las instituciones del Gobierno dejan de tomar decisiones basadas en creencias.

Otra institución que se destaca por sus medidas arbitrarias es el Municipio de Quito, que aprovechó la pandemia para cerrar los centros infantiles a su cargo, dejando a 10.000 niños vulnerables, con 35% de malnutrición, sin la protección del gobierno local. Los Guagua Centros permitían que los adultos salieran a trabajar y además proporcionaban alimentos que podían no estar disponibles en la casa por los altos niveles de pobreza que hay en esta ciudad. En los países civilizados se encontró la manera de continuar, dentro de lo posible, el apoyo a los más pequeños, incluso cuando las instituciones educativas permanecían cerradas, pero no aquí. Si los gobiernos no pueden dejar de hacer las cosas al revés en Ecuador, tampoco es necesario que prefieran hacerlo con tanta premeditación y alevosía. (O)